Amigos son los amigos
“Siete años han pasado desde que la Argentina adoptó el Plan de Convertibilidad. Este ha sido el programa económico más exitoso de la Argentina en décadas, y sus logros, durabilidad y continuo apoyo por parte del público son un testimonio de su éxito.
La inflación, el flagelo de la Argentina durante décadas, ha sido derrotada y el crecimiento económico durante estos siete años, a pesar del fuerte retroceso de 1995, promedió un 6,25 por ciento anual. La productividad ha ido en aumento gracias a la amplia liberalización de la economía, y el boom inicial impulsado por el consumo ha madurado en los últimos años en un sendero saludable de crecimiento basado en la inversión y las exportaciones. Si bien la pobreza ha disminuido desde el inicio de este plan, el desempleo sigue siendo un tema de preocupación, lo que pone de manifiesto la necesidad de más reformas.“
Informe de Análisis Financiero, Banco Mundial, septiembre de 1998.
Después de las controversias generadas por el accionar del FMI durante la crisis asiática en 1998, dicho organismo puso en funcionamiento una Oficina de Evaluación Inde-pendiente (OEI) para evaluar sus políticas y programas. Hace pocos meses se conoció el informe de esta oficina que analiza el rol del FMI en la crisis europea post 2008, en el cual se vuelve a cuestionar severamente su accionar. Se le imputa haber cometido errores gravísimos en Grecia con el fin de defender la unión monetaria y a los bancos del Norte, el haber descartado de plano la posibilidad de ocurrencia de una crisis sistémica en la Eurozona, el haber subestimado los costos de las políticas de austeridad fiscal, así como el haber acompañado la negativa europea a reestructurar en el 2010 la deuda griega. También señala que no se tuvieron en cuenta los riesgos que suponían el aumento del déficit de cuenta corriente y las inyecciones de capital hacia la periferia de la Eurozona y que se despreció el peligro de que ocurriera un freno súbito de esos flujos de capital.
El daño está hecho. Las evaluaciones de la OEI constituyen una mera formalidad que en nada ha contribuido a modificar el libreto todo terreno del FMI. Ese desprestigiado FMI es el que pasó por Buenos Aires, después de 10 años de ausencia, para evaluar la marcha de la economía argentina. No había lugar para sorpresas, se daba por descartado que los funcionarios de ese organismo iban a hacer caso omiso de las señales preocupantes que emite la economía argentina y con su voluntarismo habitual sostener que el futuro es promisorio.
Lo cierto es que sin necesidad de pedir financiamiento, por lo menos por ahora, ni firmar un programa de ayuda, el Gobierno argentino viene impulsando un conjunto de políticas que están en el ADN de las recomendaciones del FMI. Sin embargo, cabe advertir que en ciertos temas la conducción económica local viene sobreactuando las propuestas de la ortodoxia. Está adoptando, en efecto, medidas que atrasan el reloj respecto a ciertos consensos arribados entre los mismos organismos internacionales con posterioridad a la crisis financiera internacional. Entre otras cosas, el BCRA impulsó la desregulación plena de la cuenta capital, política que ahora es desaconsejada por estas instituciones supranacionales para el caso de los países emergentes, alertando sobre el aumento de la vulnerabilidad que supone la exposición a flujos financieros y a los recurrentes episodios de reversión que caracterizan a esos fondos.
El optimismo que envuelve las opiniones del FMI y el Banco Mundial acerca de las perspectivas de la economía argentina no se refleja, sin embargo, en las proyecciones de crecimiento para 2016, que fueron revisadas a la baja, estimando una caída del PIB del 1,8%. En lo que hace al año próximo, el FMI espera un rebote de la economía que supondría un alza del 2,7% y una tasa de inflación del 23%. Estas hipótesis son más pesimistas que las presentadas por el Gobierno en el Proyecto de Presupuesto para 2017, donde se postula un crecimiento del PIB del 3,5% y una inflación en rangos del 15% al 17%.
Insistiendo en su profecía hasta ahora incumplida, el Gobierno plantea que la recuperación de la actividad económica estará liderada por la inversión, variable a la que se le asigna un aumento del 14,4%. Sin embargo, esta hipótesis vuelve a entrar en contradicción con el escenario de desaceleración económica que continúa caracterizando a los principales sectores de actividad. Si no aparecen señales firmes que indiquen el ingreso en una fase sostenida de recomposición de la demanda efectiva, se hace difícil esperar que la inversión tome la delantera. En el caso de la industria, por ejemplo, se advierte un aumento relevante en el nivel de capacidad instalada ociosa, circunstancia que a nivel agregado es inconsistente con el incremento en la formación de capital.
Revista Fide, Coyuntura y Desarrollo nº 371, 22 de octubre de 2016.
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