A contramano del contexto mundial

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El escenario internacional evidencia un repliegue en el proceso de globalización. Detrás de este fenómeno subyace el bajo dinamismo de la economía mundial desde la crisis de 2008. La retracción del comercio y la desaceleración del crecimiento son sus manifestaciones más notables.

También se verifica un reflujo de la inversión externa hacia los países desarrollados, particularmente EEUU. Esta tendencia va de la mano de un proceso de recomposición industrial, productiva y tecnológica en los países centrales que lleva a una mayor concentración de la economía mundial.

Este etapa, que algunos ya definen como de “desglobalización”, ha dado lugar a crecientes presiones proteccionistas -desde mediados de 2015 la OMC viene registrando un record de medidas restrictivas al comercio-, circunstancia que convive con el virtual archivo de las propuestas de liberalización comercial impulsadas en la Ronda de Doha casi 15 años atrás. Esta oleada también abre interrogantes acerca del avance de los mega acuerdos comerciales que se están negociando entre los países centrales. Los dos candidatos a presidente de los Estados Unidos ya han anticipado sus cuestionamientos al Tratado Transpacífico (TTP). En el mismo sentido, resultan cada vez más evidentes las señales de empantanamiento del acuerdo entre la Unión Europea y los EEUU (TTIP).

Los impactos que estas novedades generan sobre el comercio mundial se ven acentuados por los cambios en el patrón de crecimiento de la economía china y el notable proceso de sustitución de importaciones impulsado por este país. En este escenario no sorprende que la OMC haya revisado nuevamente a la baja sus proyecciones sobre el comercio mundial, que en 2016  por primera vez en 15 años se expandiría más lentamente que la economía global.

Haciendo caso omiso de este contexto tan adverso, el Gobierno argentino viene redoblando su apuesta por “integrarse al mundo”. Esta definición estratégica supone no sólo la liberalización de la cuenta capital y el impulso a un modelo de crecimiento basado en el endeudamiento, sino también la apertura comercial y la promoción de acuerdos de libre comercio. La evidencia histórica es elocuente: estos ensayos conducen inevitablemente a la acentuación del subdesarrollo y la exacerbación de la vulnerabilidad externa. Y ello ocurrirá más temprano que tarde, en un escenario internacional atravesado por la crisis.

En esta apuesta estratégica el Gobierno parece no estar solo. En su reciente visita, el presidente del Brasil no sólo recibió un caluroso respaldo a su gestión, surgida del controvertido desplazamiento de la ex Presidenta Dilma Rouseff, sino que también escuchó de su par argentino el compromiso de impulsar el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea y de evaluar una flexibilización en las reglas del Mercosur para “dar autonomía a los estados en sus relaciones internacionales”. Propuestas de esta naturaleza, que solo son funcionales a los intereses de sectores muy concentrados y altamente trasnacionalizados, significan otorgar un virtual certificado de muerte al ya maltrecho Proyecto Mercosur, una de las pocas políticas de Estado que se mantuvo desde la recuperación de la Democracia. Supone, además, resignar los pocos espacios de soberanía de los que disponen nuestras naciones para encarar el desafío del desarrollo industrial, condición necesaria para garantizar una más igualitaria distribución del ingreso.

Mercedes Marcó del Pont

Fide

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