Diálogos

Ana Castellani

(Tiempo estimado: 16 - 32 minutos)

“Asistimos a una operación ideológica muy exitosa de las élites económicas: han generado las condiciones para concentrar la riqueza cada vez más y también han sido capaces de instalar el diagnóstico según el cual la vida de las personas es cada vez más difícil por culpa de la política. En la Argentina el desafío postmotosierra es repensar un Estado que esté en condiciones de llevar adelante un plan de desarrollo nacional.”

 

Ana Castellani es doctora en Ciencias Sociales de la UBA e investigadora del CONICET, especializada en el estudio de las elites económicas argentinas. Es directora del Observatorio de las Elites Argentinas del Centro de Innovación de los Trabajadores (CITRA-CONICET-UMET). Ana estuvo a cargo de la Secretaría de Gestión y Empleo Público de la Nación en la Jefatura de Gabinete durante la presidencia de Alberto Fernández.

La conversación con Ana es primordial en un contexto de desvalorización y ataque de lo público. Ana tuvo a su cargo no solo la gestión del empleo público durante la pandemia y en el largo período de regreso a la “normalidad”, sino que también colaboró activamente con una agenda de trabajo que permitió digitalizar una gran cantidad de trámites en toda la administración pública. Pensando en el futuro, nos interesa discutir con ella sobre el rol del Estado, las miradas críticas sobre el empleo público y el accionar estatal y las propuestas que permitan revalorizar lo público y lo comunitario, pero sin descuidar que —como ella misma lo dice— el Estado no puede convertirse en un botín de privilegios para la política.

 

FIDE: La embestida contra el Estado, contra el empleo público y las capacidades estatales no es un fenómeno novedoso. Sin embargo, parecemos asistir a una etapa muy virulenta. ¿Cómo podemos caracterizar esta nueva fase?

Ana Castellani (AC): Hoy asistimos a un contexto mundial de embestida de las élites económicas contra el Estado. Esto es una marca propia del siglo XXI. Mi área de investigación es, justamente, la relación entre las élites económicas y el Estado en los últimos 50 años, especialmente en la Argentina. En el siglo XXI se produce un quiebre en las modalidades de articulación y en las estrategias que despliega la élite económica respecto del Estado. No es que este haya sido el inicio de la embestida, lo que se observa a partir de este momento es un despliegue muy notorio de una cantidad de estrategias nuevas para ir por lo que se llama la “captura de la decisión pública”.

En las democracias occidentales actuales parece ser bastante evidente que hay un límite a lo que la política puede hacer. En esta última etapa del capitalismo, la que se inicia a mitad de los ‘70, que conocemos como el capitalismo financiero o la financiarización, se evidencia un nuevo proceso de enriquecimiento enorme y de acumulación de poder de las élites económicas, mucho poder y riqueza en muy pocas empresas y personas que dan forma a una minoría intensa y poderosa, por cierto, bastante más poderosa que algunos Estados…

Ya todos sabemos que hay empresas que son más grandes que los PIB de algunos países. También sabemos que estas élites económicas cada vez más enriquecidas han logrado un nuevo salto en la concentración del ingreso, donde la caída en el nivel de vida de las mayorías tiene como contracara niveles de endeudamiento creciente que, a su turno, tiene como corolario una nueva concentración del ingreso en favor de los mismos sectores. Cuando hablamos de endeudamiento esto incluye a los Estados, pero también a las empresas y a las familias, en una dinámica y con una lógica característica de esta etapa del capitalismo financiero.

 

FIDE: Se ataca exitosamente al Estado, ¿con qué objetivo y a través de qué estrategias? 

AC: El objetivo político de la élite económica es muy simple, hay que neutralizar cualquier pretensión de democracia igualitaria. La clave está en lograr esa neutralización dentro de la democracia, es decir, impedir la construcción de una democracia igualitaria o de reeditar, digamos, un Estado de bienestar. La fuerza de este objetivo se potencia luego de la caída del muro. Ya sin el peligro de la avanzada socialista, no es necesario tener un Estado de bienestar para desarticular la embestida de la clase trabajadora.

Para conseguir este objetivo la élite económica desplegó una serie de estrategias, llevadas adelante, por momentos, directamente por los grandes empresarios y, en otros, por sus corporaciones. Entre las estrategias utilizadas podemos mencionar el lobby (y su institucionalización), el financiamiento de las campañas políticas, el manejo de la opinión pública a través de los medios de comunicación y los mecanismos de “puerta giratoria” es decir, el paso de altos directivos del sector privado ocupando altos puestos de dirección en el sector público. En esta última etapa ya no se trata solo de colocar empresarios en el Estado, es decir personas que representan intereses concretos desde la estructura misma del Estado, sino que ahora van un paso más allá. Se ha verificado que es posible construir candidatos que representen los intereses de las élites directamente, como proyecto político, y que logren aceptación popular, aun cuando este proyecto político sea precisamente impedir la construcción de una democracia igualitaria.

El caldo de cultivo para que esto sea posible es ese malestar, en la globalización, en la democracia, que se ha ido generando por la pérdida de calidad de vida, por las dificultades con el empleo, con generar ingresos suficientes, por la caída de las prestaciones sociales que han ido generando una situación de desconfianza y apatía creciente de sectores de ingresos medios y bajos respecto de la política para dar respuesta a estas demandas y lograr que las mayorías vivan mejor.

Asistimos entonces a una operación ideológica muy exitosa de las élites económicas: han generado las condiciones para concentrar la riqueza cada vez más y también han sido capaces de instalar el diagnóstico según el cual la vida de las personas es cada vez más difícil por culpa de la política. Y allí se hacen fuertes las y los candidatos tipo “outsider”, críticos de la política y de las construcciones colectivas, de los partidos políticos y de todas las organizaciones sociales.

El relato es más o menos el siguiente: estamos mal porque la política usa el Estado para su propio beneficio y, como cada vez son necesarios más recursos para financiar al Estado (del que solo se benefician los políticos), cada vez hay más presión tributaria, es decir, se pagan más impuestos y al mismo tiempo hay más regulaciones que impiden el libre accionar de las y los emprendedores y les cobran tasas y les imponen reglas innecesarias. Entonces, el Estado te asfixia para financiar la política. Y aquí hay otra operación doble muy interesante porque se logra atacar al Estado con éxito y, al mismo tiempo, se justifica la baja de impuestos que beneficia a los que más tienen. En una situación de desigualdad extrema y creciente, los beneficiados de este proceso no serían los responsables, sino que el responsable es el Estado. Entonces, el malestar de la ciudadanía se descarga sobre la élite política y no sobre la élite económica. Esa operación ideológica que ya lleva tiempo ha sido muy exitosa, especialmente en los últimos años.

 

FIDE: Los estudios e investigaciones identifican últimamente, entre otros eventos, a la pandemia como un punto de inflexión. ¿Coincidís? ¿qué efectos tuvo la pandemia?

AC: Efectivamente, el cuestionamiento del neoliberalismo al Estado no es un fenómeno novedoso. La novedad reside en cómo se ha logrado que este relato tenga tanto predicamento. En la construcción de la legitimidad de los argumentos en contra del Estado, sin dudas, la pandemia cumplió un rol catalizador. Las críticas se extienden hasta el empleo público, es decir, hasta las y los trabajadores del Estado como una parte de la sociedad que “quedó a salvo” o no se vio tan afectada durante la pandemia. Una suerte de “casta” o de sector privilegiado…

Recapitulemos para entender los cambios que han sido tan efectivos en el predicamento en contra del Estado…

El Estado sirve para equilibrar y corregir desigualdades, es el que puede poner límites, especialmente a los más poderosos, tiene a su cargo la oferta de servicios que son considerados esenciales (como la educación, la salud, la seguridad y la defensa, la infraestructura básica para poder transitar, comerciar y viajar, entre muchos otros) y, por lo tanto, no se dejan en manos del mercado. Y las y los empleados públicos son los que garantizan que cada uno de estos servicios se brinden y sean efectivos. Un maestro, una policía, un enfermero, una médica, una socorrista, un experto en incendios, las y los investigadores de las universidades públicas, las y los trabajadores a cargo de todos los trámites asociados al ejercicio de la ciudadanía y que interactúan en forma directa con las y los ciudadanos.

Hasta aquí primaba la idea de que el Estado y el empleado o la empleada pública preservan o representan un interés que no es un interés particular, sino un interés general, comunitario. Sin embargo, hoy asistimos a un clima de época en la que el Estado aparece como el responsable de las dificultades, el que explica que estés mal, porque es ineficiente, porque es improductivo, porque es privilegiado, porque te cobra impuestos que luego financian a “los políticos”, porque solamente “le sirve a la casta”, y que cada vez te pide más y más recursos que se detraen de la riqueza que genera el sector privado, y aquí se refuerza la idea de que solo el sector privado genera empleo productivo y riquezas.

Esta mirada, maniquea, está muy difundida. Por ende, el empleo público tiene una connotación negativa: está sobredimensionado, es improductivo, los empleados públicos no están calificados, entraron por acomodo, son un gasto excesivo por recortar, su trabajo no genera ningún valor y, si no estuviesen allí, nada pasaría. Incluso se extiende la idea —que claramente contradice la realidad de los servicios donde más empleo público hay, como es el caso de la educación, la salud, la seguridad y la defensa— de que ser empleado público equivale a ser un “ñoqui”, es decir, una persona que no concurre a su trabajo aun cuando cobra un salario asociado a la tarea que no realiza. La pandemia tensionó al extremo este antagonismo.

Durante la pandemia mi impresión era que teníamos la oportunidad de mostrar que el Estado tenía un rol fundamental e indelegable para cuestiones tan importantes como desplegar y garantizar una estrategia sanitaria, construir hospitales, acondicionar terapias intensivas, gestionar la compra y la distribución de las vacunas, atender a lo largo y a lo ancho del país… pero no: se promovió y se instaló la idea contraria. Y creo que ese cambio se explica más por lo que vino luego de la pandemia, por lo menos en el caso argentino, donde el incremento de los precios de los alimentos, en 2021 y luego de la energía, en 2022 por el estallido de la guerra en Ucrania, impactaron muy negativamente sobre los ingresos de las familias y, digamos, se llevaron puesta la posibilidad de reconocimiento de todo lo que el Estado fue capaz de hacer durante la pandemia, tanto en términos sanitarios como en el sostén de los ingresos a través de herramientas varias como fueron el IFE, el ATP, los préstamos a tasa cero a las y los monotributistas, o los bonos a las y los trabajadores de la salud que habían arriesgado sus vidas durante larguísimos meses, casi un año.

 

FIDE: Efectivamente, el Estado en pandemia adquirió un rol fundamental. De hecho, en la Argentina uno podría decir que había una demanda muy clara para que el Gobierno nacional y los provinciales se hicieran cargo de controlar la situación sanitaria y atender, también, las consecuencias económicas de las restricciones a la movilidad. A pesar de esta demanda, parecería que aquí se produjo un salto en el rechazo al Estado. ¿Cómo se produjo este cambio en la percepción de las mayorías respecto del Estado?

AC: Obviamente, el Estado adquirió un rol central en la coordinación del manejo de la crisis sanitaria y, en esa tarea, enfrentó un doble desafío porque tuvo que entrar en tensión con la élite económica que no quería asumir una parte de los costos vinculados al financiamiento de las políticas necesarias para defender a la población y, al mismo tiempo, en tensión también con la población por los efectos del encierro y la caída de los ingresos, a lo que se sumó la batalla en torno a las vacunas.

En el peor momento de la pandemia en la Argentina, las discusiones en torno al Impuesto a las Grandes Fortunas1 fueron álgidas e incluyeron posiciones diversas en la justicia. A la par, surgieron voces —impulsadas políticamente por la oposición— en contra de las medidas que restringían la movilidad (en la primera etapa de la pandemia, donde todavía no teníamos vacunas) y luego se extendió en la forma de dudas en torno a las vacunas que intentaban instalar una discusión geopolítica respecto del origen de cada una de ellas y de su efectividad.

En nuestro país, la oposición en primera fila, y la élite económica tras bambalinas, lograron instalar dos ideas que han resultado ser muy efectivas: el Estado te encierra, te quita ingresos, te impide progresar y, además, si ya pudo impedirte salir a la calle, de aquí en adelante irá por más, restringiéndolo todo…

Al mismo tiempo, si bien el Estado desplegó, como ya dijimos una red enorme de políticas2 e invirtió una gran cantidad de recursos para su financiamiento, las consecuencias económicas y sociales de la pandemia sobre la población fueron durísimas. Entonces, aun cuando hubieses tenido atención médica, vacunas e incluso algún sostén de ingresos, la economía se contrajo brutalmente y el sufrimiento social fue enorme. La inflación, como ya dijimos, acelerándose en 2021 y 2022 terminó por empeorar la situación.

Y ahí es donde aparece, con razón, una demanda de reparaciones infinitas. Y esa demanda era imposible de satisfacer, y mucho más para un Estado quebrado, como era el que heredó el Frente de Todos luego del colapso económico del gobierno de Macri y el regreso del Fondo Monetario Internacional con una deuda enorme para nuestro país que, como sabemos, tiene consecuencias de larguísimo plazo.

 

 

FIDE: La pandemia y el aumento internacional de los precios, primero de los alimentos y luego el de la energía, en el contexto del conflicto entre Rusia y Ucrania, generaron las condiciones para un liderazgo como el de Milei…

AC: En esta situación aparece el proyecto refundacional que Milei comienza a cristalizar a través de lo que él llama la batalla cultural y una estrategia de construcción hegemónica. Porque de eso se trata, de una estrategia de construcción hegemónica que ya veremos si se materializa o no, pero ese es el objetivo. Los libertarios reivindican a Gramsci como un teórico que permite pensar la batalla cultural y la estrategia de construcción de hegemonía. También es importante destacar aquí que Milei es el exponente de la élite económica en la Argentina. Se trata de una construcción planeada y consistente que se pone a rodar en 2016 para correr por derecha al gobierno de Macri. Hay que bajar el gasto público, hay que reducir los impuestos y reivindicar los recortes.

Las primeras apariciones de Milei en la televisión son justamente en un programa cuyo financiamiento proviene del grupo empresario en el que él trabajaba. Milei hizo su primera aparición en el programa de Fantino con un discurso vehemente en contra del Estado, del gasto público, de la política. Luego se fue convirtiendo en un producto en sí mismo, que lograba incrementar el rating de los programas y que durante el año 2018 logra tener la mayor cantidad de minutos televisivos entre todos los economistas.

En resumen, en la aparición de Milei y su posterior triunfo para la primera magistratura en la Argentina vemos un caso de doble éxito respecto de las cuestiones que venimos discutiendo. Se logra instalar un relato en contra del Estado y de la política como factores explicativos de la desigualdad, la inflación, la falta de buenos trabajos e ingresos y, al mismo tiempo, la élite económica tiene en la presidencia de la república a un representante directo de sus intereses, especialmente de un interés que atraviesa a toda esa élite más allá de cualquier otra discrepancia: la reducción del poder regulatorio e igualador del Estado.

 

FIDE: ¿Cómo se logra que los intereses concretos de la élite económica queden debidamente legitimados y, por lo tanto, sean el plan de acción de un gobierno con apoyo popular?

AC: Milei produce algunas operaciones adicionales muy importantes para lograr legitimidad. En primer lugar, en un contexto de aumento de la inflación como el que experimentamos en 2023 (con la peor sequía de los últimos cien años, que exacerba los problemas de estrangulamiento externo), Milei no solo logra instalar la idea de que la política usa al Estado para sus propios fines y en contra del sector privado, sino, por primera vez y con mucha claridad y contundencia, la noción de “sector privado” ya no se refiere solo a las empresas, sino que contempla y se extiende para incluir al laburante cuentapropista, al monotributista y a las y los trabajadores de plataformas.

La “gente de bien” entonces, es la que trabaja fuera del Estado, la que no tiene nada que ver con la política y la que está sometida por el Estado que actúa como un opresor que le impide progresar. La emisión genera inflación y la inflación te hace pobre a vos y “ricos a los políticos”.

La idea de la meritocracia como un principio no de organización institucional, sino de organización de una sociedad y la preferencia por la desigualdad por sobre la igualdad, son previas, fueron parte del éxito del discurso de Macri durante la campaña de 2015 y sobre todo durante sus primeros dos años de gobierno. Con Milei la novedad se produce a través de la extensión del sujeto “sector privado oprimido por el Estado” a las personas y, en particular, a aquellos que están bajo otras formas de empleo y que por lo tanto sufren mucho más las consecuencias del neoliberalismo, de la inflación, de la desigualdad. Y al mismo tiempo, el concepto de casta —que es el principal responsable de la debacle económica porque es la pequeña parte de la sociedad que se beneficia del Estado— se amplía y pasa de ser un significante vago para englobar a la dirigencia social, la dirigencia sindical, algunos empresarios contratistas del Estado, la política y a los empleados públicos.

Un detalle interesante para destacar es que esta caracterización no incluye al poder judicial. Eso es muy llamativo. Milei y sus seguidores cuidan este límite. La casta, en todo caso, es el poder legislativo, las y los legisladores, pero no la justicia, los jueces, los fiscales… No, ellos no.

Hay un último elemento que hace a la efectividad y legitimidad del poder de Milei y es que él se propuso (y lo ha logrado) recomponer la autoridad presidencial que estaba devastada, luego de la experiencia del Frente de Todos. La pandemia, luego la inflación, los errores propios y, también, el permanente y creciente cuestionamiento interno que sufrió la figura de Alberto Fernández tuvo como resultado un desgaste y una pérdida total de autoridad de la figura más importante, la del presidente.

Milei recompuso inmediatamente la autoridad presidencial y lo hizo a través de acciones y gestos muy concretos; entre ellos, recordemos, dar su discurso de asunción de espaldas al Congreso. De espaldas a las y los legisladores de ambas Cámaras, elegidas y elegidos a través del voto popular. Los despidos y desplazamientos dentro del Gabinete, con las peores formas, renuncias a nivel subsecretaría por la compra de una cafetera… todo esto para dejar claro que tenemos un presidente que decide, que toma decisiones aun cuando éstas sean inexplicables.

Al mismo tiempo, y con el apoyo de una parte significativa de la oposición, Milei logra impulsar leyes y decretos de necesidad y urgencia con una gran cantidad de modificaciones al marco normativo previo. A través de estas acciones también se reconstruyó la autoridad presidencial, no importa si está bien, si está mal, si se lleva puesto al Congreso (donde vive la casta), lo importante es que lo que el presidente quiere, lo logra. Al menos así fue durante todo 2024.

 

FIDE: Tu interpretación entonces es que estamos en una situación diferente y que debemos revisar lo que creemos son las posiciones u opiniones de las mayorías. Dicho de otro modo, la contracara de la legitimidad lograda por Milei es una transformación en el sentir y pensar de una parte importante de la población…

AC: Sí. En estos últimos años, quizás un poco más, una década, se han producido cambios importantes en las creencias sociales. Es fundamental que nosotros tengamos en cuenta estos cambios y que despleguemos estrategias en consecuencia. De acuerdo con los datos de PULSAR3, hoy en la Argentina la mayor parte de la población ya no defiende al Estado y no lo prioriza por sobre el mercado.

Es importante tener en cuenta esto para hacer política, porque otra característica de esta época es estar rodeado o circundado por personas que piensan igual a uno. Entonces, la posibilidad de equivocar el discurso y perder una parte importante del electorado con palabras e ideas que solo refuerzan las creencias del grupo al que uno pertenece se incrementan.

No debemos sesgarnos a nuestro micromundo, obnubilarnos y pensar que lo que escuchamos en nuestro espacio de pertenencia representa un promedio o la mayoría de las opiniones. Uno de los resultados de la fusión del PRO o Juntos por el Cambio y la Libertad Avanza es justamente la consolidación del liderazgo de Milei y la defensa de toda esta masa de electores que quieren reforzar lo privado por sobre lo público. En las encuestas, cuando se pregunta por la reducción del gasto público el apoyo es abrumador, justamente porque la operación ideológica de la que hemos hablado antes ha sido muy efectiva, y ahora el gasto público que incluye áreas tan sensibles como la inversión en infraestructura, la educación, la salud, la seguridad y las jubilaciones está bajo sospecha de ser la fuente de financiamiento de la “casta”, de la política.

Si bien la mayoría no está de acuerdo con el recorte en educación, salud y jubilaciones, se produce una confusión y los planes del actual Gobierno y de la élite logran ganar apoyo y legitimidad.

En los relevamientos, frente a la pregunta por la preferencia respecto a la posibilidad de trabajar en el sector público o en el sector privado, a igualdad de condiciones, la mayoría elige trabajar en el ámbito privado.

Esto habla de las transformaciones más profundas de la ideología, que van más allá de Milei y que se han extendido desde mediados de los ‘70 para acá. En la historia argentina desde la última dictadura en adelante ha primado la idea del individuo y del mercado como principios organizadores por encima del Estado y de la política como herramientas para transformar la economía y la sociedad.

El ámbito colectivo está reducido y lo privado y lo individual está instalado, muy profundamente, como marca de salvación propia o redención.

 

FIDE: ¿Cómo se explica este giro en las preferencias por lo individual y lo privado y en detrimento de lo público y lo colectivo?

AC: Creo que hay dos fenómenos diferentes, pero que se potenciaron en los últimos años. Por un lado, hay una demanda respecto de la calidad de los servicios que presta el Estado, en particular respecto a servicios que la ciudadanía considera muy importantes como son la educación y la salud, luego también hay problemas con la calidad de los servicios cuya prestación queda a cargo de los privados, pero el Estado no logra articular una forma de control o regulación y las y los usuarios quedan desprotegidos.

En el caso argentino, durante y luego de la pandemia sucedieron episodios puntuales que tuvieron una repercusión enorme como la fiesta de Olivos, el acceso a las vacunas antiCOVID por fuera de los turnos establecidos y las fotos de Insaurralde, que era un funcionario público, en un yate vacacionando en playas para millonarios. Todos estos episodios se cargaron a la cuenta del Estado y de la política…

En la pandemia los empleados públicos quedaron, como ya dijimos, en la categoría de privilegiados. Esto es novedoso, previamente nadie veía un privilegio en el empleo estatal, de hecho, normalmente los salarios en el sector público eran menores a los que se pagaban en el sector privado. Pero como en estas últimas dos décadas los ingresos y las condiciones de las y los trabajadores en el sector privado también han sufrido mucho, las condiciones del empleo público comenzaron a lucir más ventajosas, al menos hasta 2023 (hoy ya el deterioro salarial es brutal), y allí aparece otra vez la idea de privilegio, de casta, de acomodo. A esto se suma el plus por la supuesta estabilidad del empleo público… que ya hemos aprendido que no es tal, pero que en todo caso es mayor que la que caracteriza al sector privado y ni que hablar si se la compara con las condiciones de trabajo en las plataformas o por cuenta propia. La estabilidad pasa a ser un privilegio, porque la estabilidad no la tiene nadie en el sector privado. Antes esto se compensaba con mayores ingresos en el sector privado, pero ahora no. Durante la pandemia esta idea se reforzó porque el único sector del trabajo que conservó ingresos y condiciones laborales a pleno, como si no hubiera pandemia, fue el sector público.

 

FIDE: Aquí aparecen no de una, sino de varias formas, las preguntas respecto a qué Estado es necesario, a la calidad de sus políticas. Parecería que en tiempos de “motosierra” es difícil plantear estas preguntas. ¿Cuáles son los temas que, producto de tu experiencia a cargo del área de capacitación y empleo público, tenemos que revisar para pensar ese nuevo Estado?

AC: Después de la motosierra del presidente Milei que ha afectado una gran cantidad de áreas, muchas de ellas de gran sensibilidad e importancia, la demanda de reparación va a ser infinita, y el principal desafío será identificar qué es necesario reconstruir y qué tenemos que volver a pensar y hacer diferente. Hay varias cosas que tenemos que revisar.

Arranco por el reclutamiento endogámico. No podemos seguir con esta idea. Veámoslo a través del ejemplo virtuoso de la universidad pública en nuestro país ¿Por qué se defiende la universidad pública? Se la defiende masivamente —recordemos las inmensas manifestaciones en su defensa del último año y medio— justamente porque cualquiera que terminó el secundario y tiene un DNI puede inscribirse y comenzar sus estudios. Después hará su camino, y puede que concluya o no sus estudios, pero eso es otro tema: para ir a la universidad pública en nuestro país no hay ningún acomodo, cualquiera puede ingresar. Cuando cualquiera puede entrar, aunque no entre, aunque no quiera entrar, la idea de que está abierta para todos la hace mucho más defendible que aquellos lugares a los que solo acceden los que “conocen a alguien”.

En general, para ingresar a cualquier empleo público o privado se requieren tres cosas: experiencia, cierta capacitación asociada al puesto y vinculaciones. Y por vinculaciones solo me refiero al conocimiento de una persona que te recomienda. Es lógico y, en todos los casos, la vinculación facilita el ingreso, pero en el sector público tenemos que poder desplegar mecanismos y herramientas para que el acceso a las vacantes que generan sea una posibilidad para todas y todos los que estén capacitados. De lo contrario, ahí se inocula con facilidad la idea de casta, de ñoqui, de acomodo que, como bien sabemos, no es cierta pero que articula muy bien con el relato que hemos venido revisando. De hecho, la mayor parte de la planta de empleados públicos está explicada por las y los docentes, las fuerzas de seguridad y las y los trabajadores de la salud. Pero no importa, la operación ha sido exitosa y ahora los empleados públicos son casta.

El segundo tema que me gustaría mencionar se relaciona con la organización federal de nuestro país. Un país muy grande con 24 jurisdicciones. Para que el Estado y los servicios que éste presta sean considerados favorablemente por la población, es necesario un nivel de coordinación que hoy no tenemos. Si bien existe el Consejo Federal de la Función Pública, que este Gobierno ha desmantelado, lo cierto es que el grado de coordinación es bajo y los tres niveles de la administración pública (nacional, provincial y municipal) se confunden y son para las y los ciudadanos una sola cosa. Entonces, si cuando te atienden en cualquiera de estos niveles la atención es deficiente, es el Estado en su conjunto el que atiende mal.

Hay un problema más profundo y difícil de desarticular y que le da verosimilitud al diagnóstico de Milei. Lo podemos observar a través de un par de indicadores como son el PIB per cápita y la participación de los salarios en los ingresos. Hace rato que se está haciendo muy difícil que las mayorías mejoren su nivel de vida. Los motivos son variados y profundos, pero la consecuencia es que no podés salir adelante, que no tenés trabajo, que no te alcanzan los ingresos, que no tenés un lugar estable en donde vivir y todos estos problemas son más graves para los jóvenes, entonces es muy fácil introducir y sostener la idea de un Estado inútil, aun cuando, como dijimos al inicio de esta conversación, el empeoramiento en la distribución del ingreso tiene explicaciones concretas relacionadas con esta etapa del capitalismo y con las presiones que ejerce la élite económica para aumentar sus ganancias.

Volviendo a la primera parte de mi respuesta, el nivel de destrucción que quedará después de Milei no solamente va a generar una demanda de reparación infinita, sino que el proceso de reconstrucción va a ser muy difícil. Sobre una dotación en la administración central de aproximadamente 200.000 trabajadores, este Gobierno ha hecho, según sus propias estadísticas, un recorte de 50.000. Es mucha gente, han desaparecido unidades enteras, es decir que hay funciones que ya no están. También ha habido un impacto profundo en las condiciones laborales. Hoy se trabaja muy mal en el Estado, con falta de conducción y una espada de Damocles del despido en forma permanente, con muchos trabajadores que tienen que renovar sus contratos cada tres meses.

 

FIDE: ¿Qué cambios deberíamos encarar en la gestión de lo público para revalorizar y potenciar su accionar?

AC: En el campo nacional y popular que entiende la relevancia y defiende al Estado y el desarrollo permanente de sus capacidades, tenemos que hacer un esfuerzo grande para redefinir la relación entre la política y el Estado. Y esto es serio porque, del otro lado, aquellos que piensan que hay que destruir al Estado tienen muy claro lo que quieren hacer y para qué. Tanto en la gestión de Macri como en la de Milei hubo ministerios específicos dedicados a la transformación del Estado. Ellos y la élite económica tienen muy claro lo que buscan cambiar y cómo lo quieren hacer; en cambio, nosotros nos referimos a cuestiones muy generales: que el Estado intervenga, que equilibre, que otorgue derechos.

Aunque resulte molesto, me parece que es importante decir que por momentos entre quienes defienden al Estado aparece la idea de lo público como un lugar para hacer política, como un botín. No creo que un Estado weberiano puro, que no acepte la conducción del equipo de gobierno que ha ganado legítimamente las elecciones sea deseable, pero eso no quiere decir que la administración pública sea un botín para repartir por las fuerzas políticas victoriosas. La política no puede ni debe arrasar con la administración pública, y mucho menos creer que si lo hace no pasa nada, que eso no tiene efecto o consecuencias sobre las capacidades estatales y sobre la percepción de las y los ciudadanos sobre el Estado.

Para lograr un Estado que sea capaz de pensar y llevar adelante un plan de desarrollo económico y social como el que necesita nuestro país, vamos a necesitar reconstruir una administración potente, con capacidades, con mecanismos de coordinación y articulación muy aceitados. En concreto, podríamos utilizar algunas herramientas que se observan en países vecinos para delimitar o limitar el grado de discrecionalidad respecto de la estructura del Estado. Me refiero a la Ley de ministerios y al grado de consenso para modificarla. La idea es reducir los niveles de discrecionalidad para que sea el Congreso el que establezca las funciones básicas, que son las que se utilizan para confeccionar el Presupuesto, y luego en relación con ellas se defina una estructura del Estado acorde a estas funciones. Lograríamos entonces una estructura estable en la que se pueden introducir modificaciones, pero éstas no pueden ser tan significativas como los que hemos visto en nuestro país.

Esto ya sucede en algunos países de América Latina, por ejemplo, en Uruguay, Chile y Brasil. En estos países el poder del Ejecutivo está limitado respecto de las modificaciones que puede imprimirle a la estructura y a la dotación de la administración pública. Algunas funciones del Estado que se consideran imprescindibles no pueden modificarse, su estructura y sus leyes fundamentales en materia de defensa, política exterior, interior, educación, salud, ciencia y tecnología solo pueden ser cambiadas por mayorías agravadas. Con un mecanismo de este tipo quedan protegidas las funciones básicas y se garantiza una trazabilidad de los principales temas. Teniendo claras las funciones primordiales, también se puede trabajar profesionalmente sobre las dotaciones óptimas de modo tal de tener la cantidad necesaria de recursos y, al mismo tiempo, evitar recortes que pueden poner en peligro la prestación eficiente de las funciones establecidas como prioritarias.

Con este tipo de herramientas también podríamos evitar lo que podríamos denominar como “federalismo disfuncional”, donde la heterogeneidad en la prestación de los servicios es enorme y, también, donde pivoteamos entre la falta de financiamiento para los servicios esenciales en los territorios menos desarrollados y la falta de compromiso de los gobiernos provinciales con una estrategia de desarrollo conjunto, es decir, nacional. También tenemos que prestar atención al fenómeno de autonomización de organismos que luego resulta difícil administrar, con estructuras que no paran de crecer, salarios que se desenganchan del resto de la administración central, dificultad para orientar estratégicamente la gestión y coordinarla con el resto de las políticas públicas. En esta tendencia también se observa una cierta “dinámica de botín” que tenemos que evitar.

Otro tema que puede parecer menor, pero que tiene su importancia en la gestión, es la necesidad de diseñar unidades específicas, unidades asociadas a la figura del ministro o ministra y sus secretarios y subsecretarios. En esas unidades se puede designar personas que son de confianza de esos funcionarios y funcionarias, pero que cuando cesan las funciones de sus superiores tienen que irse. De esa forma, desde el punto de vista funcional tenés los equipos de apoyo directo a los cuadros políticos designados por la o el presidente, pero no los sumás de forma permanente a la planta por la vía de la creación de “ravioles” innecesarios o por la vía de su incorporación al Sistema Nacional de Empleo Público.

Como dije, hay instrumentos concretos que pueden ayudar en la recreación de un Estado postmotosierra que sea efectivo en la enorme tarea que tiene por delante y que, al mismo tiempo, les muestre a las y los ciudadanos que se reconfigura para alejarse del amiguismo, la endogamia y otras prácticas que solo lo debilitan. Tenemos que estudiar y mejorar las leyes para impedir la “puerta giratoria” y, también tenemos que trabajar en la interoperabilidad de las bases de datos públicas que son fundamentales para el diseño e implementación y que hoy están compartimentadas por distintas leyes (secreto fiscal, bancario, bursátil, protección de datos personales, entre otras) que deben ser estudiadas para no quedar en desventaja respecto del sector privado o con falta de datos fundamentales para el diseño de las políticas públicas. Por supuesto, el manejo de los datos debe hacerse sin descuidar los derechos que asisten a los ciudadanos.

También tenemos que fortalecer los organismos de control con autonomía e independencia funcional del Ejecutivo. Doy un ejemplo: que la Oficina Anticorrupción dependa del presidente es un despropósito. Y también tenemos que trabajar mucho, como ya dije, en la instancia horizontal de coordinación, allí el rol de la Jefatura de Gabinete de Ministros es esencial y lo es también que la persona que ocupe ese cargo tenga la impronta necesaria para hacerse cargo de esta tarea que es fundamental para el despliegue de estrategias de desarrollo complejas, que involucran varios ministerios y organismos y niveles de gobierno diferentes.

Hoy hay disponibles una serie de herramientas muy novedosas que también se tendría que empezar a implementar. La planificación prospectiva, estratégica con escenarios futuros, es una técnica que viene avanzando a pasos agigantados, sobre todo en el despliegue de inteligencia artificial. Todo esto es la contracara de una cultura de la planificación que tenemos que recrear.

Por último, es muy importante ocuparse de la calidad y efectividad de las tramitaciones, las distintas ventanillas presenciales y virtuales donde las personas realizan diariamente una gran cantidad de trámites. Durante la pandemia y en los años posteriores a ella se trabajó mucho en este sentido, pero hay muchísimo más por hacer. Cuando una o un ciudadano se enfrenta a un trámite y logra resolverlo de forma sencilla y satisfactoria, eso vale más que mil campañas políticas. Todavía tenemos muchas heterogeneidades en la atención, presencial y virtual, en un país enorme con grandes disparidades.

En resumen y para concluir, la Argentina enfrenta un escenario complejo en un mundo de incertidumbre creciente y con una situación nacional, macroeconómica y política de mucha debilidad. Pero tiene, al mismo tiempo, capacidades muy concretas, entre ellas las estatales, que pueden y deben potenciarse porque son fundamentales para pensar la nueva estrategia de desarrollo económico y social. Tenemos que animarnos a pensar al Estado de nuevo y a ponerlo en el lugar que se necesita para poder apoyar un programa de gobierno nacional y popular, cuyo eje deben ser los resultados concretos en términos de calidad de vida para las mayorías.

Veronica Robert

(Tiempo estimado: 15 - 29 minutos)

“La transición energética y la nueva narrativa en favor de las políticas industriales representan una oportunidad para la Argentina. Para materializar esa oportunidad es necesario ganar poder de negociación, en base a nuestras reservas de recursos naturales críticos, y capturar parte de la renta para agregar contenido local, aumentar el valor agregado en las exportaciones e invertir en ciencia y tecnología.”

 

Verónica Robert es doctora en Economía y magíster en Economía y Desarrollo Industrial. Durante su carrera se ha especializado en economía de la innovación, cambio tecnológico y desarrollo económico, tópicos que hace décadas nuestro país visita y revisita con resultados variopintos.

Verónica es investigadora del CONICET, dirige la Maestría en Desarrollo Económico de la Universidad Nacional de San Martín y es profesora de posgrado en dicha universidad.

Entre 2022 y 2023 fue Subsecretaria de Estrategia para el Desarrollo de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Nación, lugar desde el cual impulsó la estrategia de desarrollo de la economía del hidrógeno y un proyecto integral de industrialización del litio y de la electromovilidad en la Argentina. Esta experiencia es crítica para identificar las oportunidades y los desafíos que la transición a tecnologías con menor impacto en el ambiente supone para nuestro país.

Nos interesaba conversar con Verónica respecto de las claves actualizadas de un programa de desarrollo industrial nacional que, en la opinión y tradición de FIDE, sigue siendo el camino que nos podría conducir a una sociedad más justa y soberana.

 

FIDE: ¿Cuáles son, en el actual contexto internacional, regional y nacional, las condiciones para una reindustrialización exitosa de la Argentina?

Verónica Robert (VR): En mi opinión hoy tenemos un contexto difícil, pero favorable, para plantear un plan de desarrollo de nuevas capacidades industriales en la Argentina. En el plano internacional se ha presentado un cambio de narrativa. Luego de décadas en las que “la mejor política industrial era no tener política industrial” y donde la eficiencia era la única variable relevante, hoy el mundo atraviesa un período en el que se ha revalorizado el rol del Estado como un actor fundamental para dar respuesta a los desafíos en materia de autonomía estratégica, seguridad y resiliencia, en el marco de una reconfiguración de las cadenas de valor que se fueron construyendo a lo largo de décadas de globalización de la producción. Hemos pasado de una situación en la que lo mejor que se podía hacer en materia de política industrial era no hacer absolutamente nada y que los mercados decidieran qué y dónde producir con la mínima intervención estatal posible, a un mundo que se pregunta —y opera en consecuencia— por la eficacia y por la prosperidad, léase por la generación de empleo, el desarrollo y control de las nuevas tecnologías y por la generación de formas de producción con menor impacto en el ambiente.

En resumen, el cambio en la narrativa, desde una mirada únicamente enfocada en la eficiencia a otra donde el bienestar, la seguridad, la resiliencia y las capacidades para desarrollar los nuevos productos y servicios, representa un contexto favorable para que nuestro país vuelva a pensar un plan de desarrollo. El cambio de contexto no quiere decir que se trata de una tarea sencilla, pero, sin duda, es más propicio que otros contextos que hemos vivido por la legitimidad que hoy tienen estas discusiones.

 

FIDE: ¿En qué momento y circunstancias se ha producido este cambio en la narrativa en torno a la importancia de la política industrial y el rol del Estado en el desarrollo?

VR: Este giro de la narrativa desde la eficiencia hacia la prosperidad aparece en una serie de documentos en la Unión Europea y en los Estados Unidos hace ya algunos años, producto de la disputa tecnológica y del surgimiento de las capacidades de innovación en Asia, y se refuerza luego del impacto de la pandemia y la guerra en Ucrania.

Un poco antes de la crisis del 2008/2009 aparecen inquietudes que dan lugar a las condiciones para este cambio de visión. El telón de fondo de estas inquietudes está dado por el proceso de desindustrialización de las economías centrales. En los Estados Unidos, en la Unión Europea, en otros países desarrollados como Canadá, Australia, Japón, incluso en Corea, se han perdido capacidades industriales.

Y junto con la pérdida de esa capacidad manufacturera se han presentado más dificultades para las clases medias que, producto de la compresión de los salarios, han tenido que recurrir crecientemente al crédito para poder solventar sus gastos y, por lo tanto, a la par de la pérdida de empleo industrial y de salarios más bajos, se ha generado un incremento muy notorio del endeudamiento de las familias, con un nuevo impacto en el ingreso familiar. Hay muchos artículos referidos a este tema que se resumen en el “malestar en la globalización” que tuvo consecuencias políticas y sociales en los países desarrollados.

La pandemia y la guerra terminan de instalar y reforzar la idea de la prosperidad, el valor de lo nacional, del control del territorio y la soberanía. Las interrupciones en los canales de suministro, el incremento de la inflación, la caída del empleo, la incertidumbre y los problemas en la producción que se produjeron en la pandemia pusieron de manifiesto que producir en tu territorio algunos bienes y servicios tiene un valor estratégico. Podemos decir que la pandemia y la guerra han sido los últimos desencadenantes de este cambio de narrativa que se venía gestando desde mucho tiempo atrás.

 

FIDE: Entonces, luego de la pandemia y de la guerra se ha intensificado la narrativa en torno al valor de la prosperidad, de la generación de empleo, de la innovación y del control de las nuevas tecnologías en detrimento de la eficiencia como única variable para las decisiones de inversión y producción

VR: Ciertamente. De acuerdo con el criterio de la eficiencia, todos los autos eléctricos y todas las baterías deben ser producidos en China. Si utilizáramos únicamente el criterio de eficiencia, la Unión Europea no debería producir ni un solo auto. Todos deberían producirse en China. Pero las decisiones no se toman únicamente en base a la eficiencia, sino que existe una tensión en torno a dónde se genera el bienestar, dónde se vive mejor y a la relación entre el desarrollo industrial, entendido en sentido amplio, por supuesto, incluyendo los servicios, y la capacidad de los países de generar empleo y buenos salarios. Este giro ha posibilitado que hoy la política industrial esté más justificada que nunca, y esto le otorga la legitimidad que siempre debió tener. Hoy en el mundo ya nadie discute la necesidad de una política industrial y científico-tecnológica como parte esencial del quehacer del Estado-nación e incluso de los Estados provinciales y/o las regiones dentro de un país.

Hay también una creciente tensión hegemónica por el control y el desarrollo de estas “nuevas” cadenas de valor. En los Estados Unidos podemos identificar dos etapas: la etapa de Biden, con la famosa Inflation Reduction Act (ley de reducción de la inflación), que representa el mayor paquete fiscal en la historia de los Estados Unidos para estimular y liderar la transición energética. En la segunda etapa, aparece la “guerra comercial” de Trump. En ambos casos el subtexto es claro: la producción debe volver a instalarse en los Estados Unidos. Vuelvan a producir autos, baterías, acero, aluminio, chips y muchos otros productos en su territorio, esa es la señal que envía el Estado norteamericano a través de distintos instrumentos. Hay una urgencia manifiesta por restablecer capacidades industriales en el territorio. Se trata del principal marco interpretativo para entender la política industrial norteamericana.

La Unión Europea, por su parte, ha desarrollado un relato en torno a la idea de establecer al bloque como un líder en materia de transición energética, reflejando una preocupación de su población respecto del deterioro ambiental. El objetivo es dominar las nuevas cadenas de valor que se generan con la transición. A la par de las nuevas regulaciones para la producción en Europa que favorecen las tecnologías con menor impacto en el ambiente, se despliega un cuerpo entero de medidas comerciales restrictivas para asegurar que las importaciones no podrán competir con la cancha inclinada a su favor, por ser producidas en países donde las exigencias ambientales son más laxas.

Al mismo tiempo, estas nuevas regulaciones protegen los mercados internos, el mercado interno europeo. Conceptos como el impuesto al carbono en frontera son un buen ejemplo de la forma en la que, al mismo tiempo, se estimula el desarrollo de nuevas formas de producción, productos y servicios y se cuida o protege el mercado para la producción local. En igual sentido opera el reglamento europeo sobre productos libres de deforestación. Esta normativa pretende establecer criterios para que la industria europea que afronta mayores costos por la descarbonización no tenga que competir en desventaja con, para citar un ejemplo concreto, acero importado que no cumple con los mismos estándares ambientales. Más allá del objetivo de fondo —reducir el impacto en el ambiente— y el verdadero apego a esta idea o no, lo cierto es que todas estas reglamentaciones operan como una nueva política industrial europea. Se protege el territorio, los recursos, la salud de las personas y los animales y se protege también el mercado interno, el salario y el empleo.

Hay un contrapunto, una divergencia entre lo que plantean los Estados Unidos –que tiende, sobre todo durante las presidencias de Trump, a un mundo sin reglas, incluso sin la Organización Mundial de Comercio (OMC)– y la posición de la Unión Europea, que apuesta a un mayor compromiso climático y también al multilateralismo, donde lo ideal es un mundo con reglas.

Por último, tenemos el tercer bloque, China. China es el principal emisor del mundo. China es el país que más carbón consume en el planeta y es el que mayores emisiones genera y, sin embargo, también es un país que invierte una cantidad enorme de recursos para el desarrollo de tecnologías con menor impacto en el ambiente. Entonces, China es, al mismo tiempo, el país con mayores emisiones en el mundo y también controla todas las cadenas de valor de las energías limpias. China tiene el 90% de la producción de baterías, el 60% de la producción de autos eléctricos y el 55% de la producción de aerogeneradores. También controla más del 95% de la producción de paneles solares y de las celdas fotovoltaicas. Mientras Trump dice que quiere irse del Acuerdo de Paris, Xi Jinping promete aumentar los compromisos ambientales de China.

 

 

FIDE: En esta apuesta por la transición energética y, más en general, por las tecnologías “limpias” o con menor impacto en el ambiente, se juega entonces la posibilidad de liderar la producción de todos los nuevos productos y servicios...

VR: Efectivamente, lo que está en juego es un nuevo paradigma tecno-productivo. Cada etapa histórica tuvo su paradigma, su salto tecnológico, en la primera revolución industrial, en la segunda revolución, más tarde en el fordismo. Cada etapa histórica tiene un paquete tecnológico que la describe, que la condiciona y en la que hay ganadores y perdedores. Incluso en los países periféricos (o no centrales), como es el caso de la Argentina, en la década del ‘50 fue crítico el desarrollo de la industria automotriz porque el automóvil fue un elemento clave del paradigma de aquel momento.

Para producir automóviles había que poder desarrollar un conjunto de competencias industriales y tecnológicas que servían no solamente para la industria automotriz, sino para todo el entramado productivo nacional. Muchas empresas proveedoras de terminales automotrices también fabricaban partes y piezas para la maquinaria agrícola o estaban relacionada con el equipamiento en la industria de alimentos. El desarrollo de proveedores también fue clave. Nos encontramos entonces en una de esas coyunturas históricas donde el paradigma tecnológico está girando. Cuando gira el paradigma, algunas tecnologías e industrias entran en declive y otras surgen y se expanden. Asociado a este proceso, por supuesto, se genera destrucción y creación de empleo y también son momentos históricos de aumento de la tensión y de la disputa entre países y regiones, que buscarán posicionarse en las cadenas con mayores oportunidades de acumulación.

 

FIDE: En este contexto de cambio de paradigma tecno-productivo, ¿existen oportunidades para un país como la Argentina?

VR: Ciertamente, la pregunta crítica para la Argentina en este momento es cómo poder participar en este nuevo paradigma, poder identificar las oportunidades y desarrollar las nuevas capacidades. No se trata de una pregunta retórica y tampoco de algo que podamos soslayar o ignorar. Si no pensamos cómo hacerlo, tarde o temprano nuestra producción quedará obsoleta y nuestros trabajadores y trabajadoras tendrán menos oportunidades de empleo. Tenemos que recordar, además, que para el desarrollo de nuestra industria es clave el mercado ampliado que supone el Mercosur, necesitamos poder vender nuestros productos en otros países, en otras regiones. Dicho de otro modo, no tenemos opción: tenemos que pensar “en y con” la región y tenemos que pensar en los nuevos productos, servicios y sectores porque allí se generará el empleo de calidad. 

Querría volver al inicio de esta entrevista. Por un lado, tenemos este nuevo paradigma tecno-productivo y un nuevo mapa de oportunidades a través del cual podríamos intentar una inserción distinta, con mayor valor agregado argentino. Por otro lado, tenemos, como ya conversamos, un cambio en el discurso, en la narrativa, respecto del rol del Estado y de la criticidad de la política industrial y científico-tecnológica en esta etapa.

Para ser honesta respecto de mis cavilaciones en cuanto a las oportunidades de la Argentina, diría que hay días en que soy optimista y hay días… en que soy pesimista.

Por un lado, el nuevo discurso respecto de la necesidad de políticas industriales nos abre posibilidades. Sin embargo, esto no quiere decir que, porque la política industrial ya no está vedada en los textos y los principales foros de discusión, estamos en condiciones de pensar y desarrollar una nueva política industrial. Vamos a tener dificultades para hacer política industrial, tanto por factores externos como por factores internos.

Básicamente se va a potenciar la competencia por esos “espacios de política”. Permítanme poner un ejemplo para que se entiendan las dificultades que se nos presentan: si la Argentina decidiera reemplazar toda su matriz energética por eólica (no me interesa discutir aquí si eso conviene o no, solamente lo quiero utilizar como un ejemplo), entonces nuestro país se convierte inmediatamente en un nuevo mercado para una serie de bienes y servicios necesarios para generar toda la energía en base al viento, es decir, somos un nuevo mercado para los tecnólogos que producen aerogeneradores, es un mercado importante, en un territorio amplio. Y unos cuantos países van a querer aprovechar este nuevo mercado. Dinamarca, con la empresa Vestas Wind System, Alemania a través de Siemens, los chinos a través de Goldwind. Hay una lista de países con capacidad de manufactura ya instalada y funcionando en la producción de aerogeneradores que están esperando la transición de otros países para colocar sus productos en estos mercados.

Dicho de otro modo, las políticas ambientales sin políticas industriales son el camino a una mayor dependencia tecnológica y pérdida de capacidades productivas. Sin embargo, esto no quiere decir que simplemente tenemos que negarnos a la transición verde, porque como ya dijimos esto nos conduce a un escenario de obsolescencia y caída pronunciada de la productividad y la competitividad. Al mismo tiempo, no podemos perder la oportunidad de avanzar sobre los sectores que conforman el nuevo paradigma tecno-productivo; en el ejemplo que estamos conversando, la transición de la matriz energética debería funcionar como una oportunidad para producir algo de los bienes de capital necesarios aquí, en la Argentina. Desaprovechar esta doble oportunidad es un pecado…

Hay que tener bien claro que estas son las industrias donde los mercados globales van a ser más grandes y dinámicos, los mercados domésticos van a ser más grandes y es hacia donde tenemos que orientar a nuestra industria. Pero, así como no cabe ninguna duda de la necesidad y de la oportunidad estratégica respecto de esta transición, tampoco cabe ninguna duda respecto de las dificultades que implica el desarrollo de una política industrial eficaz para un país como el nuestro.

 

FIDE: En particular en el caso argentino, ¿cuáles son los sectores que podrían funcionar como vectores de transformación y ser eficaces para el desarrollo?

VR: En este contexto global, las oportunidades para nuestro país están vinculadas con la oferta de recursos críticos. En la transición hacia tecnologías con menor impacto en el ambiente, estos materiales pueden hacer la diferencia y dejarnos en una mejor posición negociadora respecto de las nuevas cadenas globales. Así como hubo una primera revolución industrial y un cambio de paradigma tecno-productivo donde aparecieron nuevas tecnologías, en la transición actual también se observan nuevas tecnologías. Las políticas de descarbonización y de seguridad energética han generado un escenario de disputa hegemónica global. Los Estados Unidos y China, también la Unión Europea…

Como ya explicamos, en la Unión Europea el proceso está traccionado por las políticas ambientales y por políticas industriales con las que busca una transformación estructural. En esta estrategia hay una necesidad de asegurar las condiciones de abastecimiento de estos recursos, y este abastecimiento debe darse de forma sostenida y continua en el tiempo. Porque acceder a estos recursos críticos en condiciones conocidas y previsibles es lo que permite disputar la carrera tecnológica. No se puede montar una nueva capacidad productiva si existen riesgos de abastecimiento de los insumos críticos, es decir insustituibles. Es decir, Estados Unidos puede fabricar baterías, pero si no garantiza el aprovisionamiento continuo de litio, la producción de baterías y de autos no logra las condiciones para poder capturar los nuevos mercados y disputarle a China lugar en las nuevas cadenas. Entonces, no solamente es una la cuestión de tener las inversiones en los sectores estratégicos, sino también de tener acceso a los mercados críticos en condiciones de seguridad de abastecimiento. Esto le otorga a la Argentina capacidad negociadora.

En esta transición hay una demanda específica sobre algunos recursos naturales, minerales críticos, como litio o tierras raras, pero no solamente minerales, también energías limpias, energías renovables, transformadas en insumos industriales limpios como urea o acero verde. La región y la Argentina en particular tienen esos recursos que debemos utilizar como palanca en las negociaciones para poder aumentar nuestra participación en las nuevas cadenas.

 

 

FIDE: ¿Y cuáles son las condiciones que debemos establecer en estas negociaciones, puertas adentro y afuera para que estos sectores se transformen y evitemos un nuevo ciclo de primarización?

VR: Hay dos caminos posibles para participar en estas cadenas. Podemos participar capturando renta o podemos participar agregando valor. Los sectores de los recursos naturales de los que estamos hablando generan una renta diferencial, una renta extraordinaria, proveniente de la calidad recurso.

Ofrezco un ejemplo. El litio que se extrae de los salares argentinos, el litio que se extrae del Salar del Hombre Muerto en Catamarca, tiene condiciones naturales que hacen que el costo de extracción del litio sea uno de los menores a nivel internacional, junto con el Salar de Atacama, donde operan los proyectos de SQM y de Albemarle, en Chile. En contraposición, el litio extraído de las rocas en Australia tiene un costo de entre un 70% y un 100% más elevado.

Esta diferencia de costo representa una renta diferencial para quienes extraen el litio en estas regiones. Y allí es donde es muy importante plantear qué hacer con esa renta. Chile ha logrado establecer un esquema de regalías móviles que llegan al 40% del valor de exportación, y con esos recursos ha buscado financiar la radicación de empresas que produzcan aerogeneradores y electrolizadores, para luego alentar proyectos de hidrógeno en la Patagonia chilena.

La otra posibilidad es participar en la cadena de esos minerales, pero no meramente en la extracción, sino buscando las oportunidades aguas arriba y aguas abajo dentro de esa cadena. Otra vez podemos utilizar el ejemplo de Chile, que ha establecido que el 25% del litio que se extrae de los salares en Atacama tiene que ser manufacturado en el país, buscando alentar empresas orientadas a la producción de materiales catódicos.

Otro caso interesante es el de Indonesia. Indonesia prohibió las exportaciones de níquel sin procesar. En República del Congo se han impuesto restricciones a las exportaciones de cobalto a comienzos de este año y en Zimbabue, uno de los nuevos jugadores en el mercado de litio, desde 2022 están buscando establecer condiciones a las empresas extractivas para que las exportaciones contengan mayor agregado de valor local, incluyendo la prohibición de exportaciones de material que contiene litio sin procesar. Luego de muchas críticas, hoy Indonesia se presenta como un caso exitoso, documentado incluso por el Fondo Monetario Internacional, dado que la prohibición de exportar ha estimulado la producción local. Vemos entonces distintas opciones para agregar valor y poder participar en las nuevas cadenas. La renta generada por los recursos críticos de este nuevo paradigma tecno-productivo es la que te otorga una capacidad negociadora particular.

El hidrógeno verde o de bajas emisiones también representa una oportunidad. Se posiciona como un nuevo combustible limpio. El hidrógeno es interesante porque se trata de un proceso a través del cual se transforma energía renovable y limpia, en una molécula con la cual se pueden manufacturar combustibles sintéticos para utilizar, por ejemplo, en los aviones. También se puede utilizar para descarbonizar sectores como la siderurgia o la petroquímica, incluyendo la producción de fertilizantes. En términos de energía renovable la Argentina también tiene condiciones favorables. El mapa de vientos en nuestro país nos pone en un lugar muy competitivo, hay lugares con mucho viento durante gran parte del año. En particular en la Patagonia, el potencial es enorme. En Europa un molino de viento funciona en promedio el 20% del tiempo, mientras que un molino en la Patagonia está en funcionamiento el 60% del tiempo. Es decir, un mismo bien de capital, una misma inversión, genera tres veces la energía que genera en Europa. Eso también implica un diferencial de renta. Y esa renta implica una capacidad negociadora para retener una parte de esa renta y lograr agregar valor, es decir, trabajo en nuestro país. Podemos aprender a fabricar combustibles sintéticos, a producir materiales catódicos, baterías.

En el caso de las baterías, China lleva la delantera; le sigue Estados Unidos y, luego, Alemania dentro de la Unión Europea. Por supuesto, hay muchos otros países que también producen baterías: Japón, Corea del Sur y muchos otros que aspiran a tener una producción fuerte asociada a la electromovilidad, como Turquía, Sudáfrica, Marruecos, países del sudeste asiático o India. Lo interesante es hacer la intersección entre la capacidad para producir baterías y las terminales automotrices que tiene cada uno de esos países. Se hacen baterías donde se producen autos. En América Latina tenemos terminales automotrices y, por ahora, no estamos produciendo baterías para la electromovilidad. Esto está a punto de cambiar por nuevas inversiones planeadas en Brasil…

 

FIDE: ¿En qué situación está Brasil? En el contexto del Mercosur, con grandes terminales automotrices y con una historia de complementación con la industria argentina, suponemos que es clave seguir su trayectoria…

VR: Brasil desplegó dos estrategias importantes: primero se puso como objetivo manufacturar autos eléctricos con baterías importadas y luego, utilizando celdas importadas, comenzó a ensamblar los packs de baterías en su territorio.

Hay otros países en América Latina que también están desarrollando planes en torno a la electromovilidad. Colombia tiene un plan de reindustrialización que incluye al sector automotor y al hidrógeno. Ecopetrol busca liderar la transición en Colombia, lo que es clave por el rol de esta empresa en la economía colombiana, incluyendo los ingresos fiscales. Y Claudia Sheinbaum, en México, también ha presentado un plan pensando fundamentalmente en la transición. Chile, aun sin industria automotriz, ha tenido anuncios de inversión para hacer material catódico, que es el paso previo a la producción de baterías.

Pongamos algunos números para ver la relevancia de trabajar en la cadena de valor de estos insumos críticos. Uno puede empezar por la minería y quedarse en la minería y va a capturar, aproximadamente, el 9% del valor generado en la cadena de las baterías. Ascender y pasar de producir carbonato de litio a material catódico implica capturar el 40% de dicho valor. Además, gran parte de las innovaciones para las baterías ocurren en la industria química en la producción de estos materiales. Mejores materiales hacen que una batería se cargue más rápido, dure más, no levante temperatura, tenga el doble de vida útil; es decir, la innovación se produce en esta instancia de la producción de la batería. Aprender a hacer esto, aunque no hagamos la batería entera, sería clave. Actualmente el mercado mundial de baterías genera unos 150.000 millones de dólares, pero podría en 2030 generar unos 500.000 millones. La Argentina actualmente participa, exportando carbonato de litio. En 2024 exportó unas 72.000 ton. a un precio medio de 9.000 dólares la tonelada (unos 650 millones de dólares). Es decir, participa con tan solo el 0,4% del valor total. Continuar con esta estrategia de participar solo exportando carbonato de litio, aun cuando el precio vuelva a niveles mayores, digamos en torno a 20.000 dólares la tonelada y aumentemos mucho las exportaciones, digamos de las 70.000 toneladas que vendemos actualmente a las 300.000 toneladas proyectadas, esto implicaría pasar a capturar el 1,2% del valor esperado de crecimiento a 2030. En cambio, si logramos retener una parte del litio en nuestro territorio y manufacturar baterías, podríamos aspirar a una porción mucho mayor.

Lo mismo podría decirse en el caso del hidrógeno. Si la Argentina se propone producir 5 millones de toneladas de hidrógeno al año (lo que representaría el 5% del mercado global de hidrógeno de 2050), entonces necesitaríamos 55 GW de generación de electricidad. Eso significa pasar de unos 800 aerogeneradores que tenemos actualmente a unos 9.000 o 10.000. Por supuesto, esto supone un incremento enorme para el mercado interno de bienes de capital nacional y eso, a su turno, es la atracción que podría ayudarnos a localizar inversiones productivas aquí. No solo tendríamos el viento, que ya vimos que es un viento más fuerte y estable, sino que podríamos participar en la manufactura de estos aerogeneradores.

 

FIDE: Tomando en cuenta estos ejemplos, productos y sectores, ¿cuáles son los elementos y los condicionantes concretos que deberíamos contemplar para desarrollar una nueva generación de políticas industriales y científico-tecnológicas eficaz?

VR: Un tema importante y complicado es el espacio fiscal que es necesario para el financiamiento de las políticas industriales. Nuestro país no puede desplegar el nivel de subsidios que los Estados Unidos o la Unión Europea utilizan para su desarrollo. Entonces, estamos obligados a pensar en otros instrumentos para, como ya dijimos, capturar parte de la renta e invertirla.

La renta extraordinaria que está detrás de estos recursos críticos nos da espacio para negociar políticas que nos permitan agregar valor.

Estoy obsesionada con simplificar la narrativa en torno a la política industrial. Para mí hay tres cuestiones que son clave: aumentar el contenido local, exportar con más valor agregado e invertir en ciencia y tecnología.

Hay nuevas cadenas y hay inversiones en torno a esas nuevas cadenas; ergo, tenemos que identificar inversiones aguas arriba de los recursos sobre los que hemos estado charlando, por ejemplo el litio, y agregarle contenido nacional. Aguas abajo también tenemos que agregar valor. El objetivo es no exportar carbonato de litio, sino material catódico. Esta inversión, este vector es importantísimo, porque el cátodo está en el centro de la batería que, a su vez, es el centro del nuevo paradigma tecno-productivo. Entonces, si bien todos los sectores industriales son bienvenidos y generan productos y servicios y dan trabajo, hay sectores en torno a los cuales hay un proceso de aprendizaje, generación de capacidades y nuevos productos mucho más relevantes.

Los recursos que tenemos tienen que ser invertidos en estos sectores; no en toda la industria, en forma horizontal. Y a la par, hay que estimular en toda la cadena la inversión en investigación y el desarrollo. Nuestra red de universidades nacionales, el CONICET, entre muchas otras instituciones, delimita un entramado de masa gris que podemos alinear con estos objetivos.

Resumiendo, cuando hablamos de política industrial hay que tener un mensaje claro: las inversiones deben tener contenido local, los productos/insumos críticos tienen que ser exportados con valor agregado y tiene que haber investigación y desarrollo para que estos objetivos no sean meramente declamativos.

Por último, las empresas públicas son fundamentales en esta estrategia, como lo demuestran casos muy cercanos como el de Chile. Por supuesto, vamos a tener obstáculos. Obstáculos de afuera y de adentro.

Los obstáculos de afuera provienen de nuestra debilidad fiscal y los altos niveles de endeudamiento. Como ya conversamos, ahora hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) habla de política industrial y, como no podía ser de otro modo, pone condiciones sobre las políticas industriales eficaces. Básicamente, el FMI dice que no todos los instrumentos de política industrial son buenos, que los subsidios están bien pero que las restricciones al comercio son contraproducentes. Para países como el nuestro, con grandes restricciones fiscales, los subsidios son imposibles en la cuantía en que serían necesarios. Las exportaciones en Indonesia habrían crecido si no se establecían controles a las exportaciones sin valor agregado; pero, cuando se pusieron, crecieron mucho más. Y esto lo reconoce hasta el FMI. La Organización Mundial del Comercio (OMC), por su parte, está en contra del contenido nacional, pero convengamos en que hoy el valor de esta institución es prácticamente cero, y muchos países están implementando políticas de contenido local.

 

 

En resumen, el espacio doméstico para desarrollar política industrial y científico tecnológica es un territorio disputado por las políticas industriales de otros países. Dinamarca quiere hacer política industrial con el hidrógeno argentino. Dinamarca promociona sus aerogeneradores a través de su agencia de crédito a las exportaciones (ECA). La idea es venderle estos aparatos a la Argentina, dado que puede ser un país con gran capacidad de generación de energía eólica. Entonces tenemos que encontrar un punto de negociación, discutir opciones para poder participar en ese paquete tecnológico, abrirlo y que haya proveedores domésticos de algunas partes y piezas de esos aerogeneradores, que radiquen inversiones aquí, para acceder a este mercado.

Como conversábamos al inicio, el mundo ha cambiado mucho. Ahora los países desarrollados están nuevamente desplegando grandes iniciativas de desarrollo. Eso nos deja a nosotros en una posición de dependencia.

En otro nivel de análisis, pero importante también, hoy en la Argentina tenemos la autoestima por el piso. Se trata de un estado de ánimo social y político en el que es difícil pensar en el desarrollo de nuestro país. Si no cambiamos o salimos de esa posición no vamos a poder avanzar. Tenemos los recursos críticos y también tenemos una historia industrial; son dos elementos muy importantes para lograr alianzas intersectoriales para el desarrollo.

Tenemos que entender el rol que pueden tener las universidades, el sector privado, las y los trabajadores y sus sindicatos, los Estados provinciales. Hay que construir estas alianzas para el desarrollo porque enfrente hay coaliciones rentísticas que están previendo sacar provecho de estos recursos en clave extractivista.

La estructura exportadora de la Argentina se va a primarizar porque vamos a exportar más energía, más minería, es decir, más recursos naturales. El desafío es cómo hacer para que detrás de la estructura exportadora haya una estructura productiva diversificada. Es lo mismo que hacen otros países. En Indonesia le están requiriendo a las empresas chinas que agreguen contenido nacional en sus inversiones. Y las empresas chinas acceden. Lo mismo sucede en Tailandia, Brasil, donde están negociando un 50% de contenido nacional. Europa también está negociando con China para la instalación de plantas de autos eléctricos en su territorio. Pedir contenido nacional es como el ABC…

 

FIDE: En resumidas cuentas, hoy la política industrial es parte del herramental básico que los países reservan para sí mismos como herramienta o conjunto de herramientas para aumentar el bienestar puertas adentro, léase el empleo (en cantidad y calidad), las exportaciones y el control de las nuevas tecnologías en la transición hacia nuevos productos y servicios con menor impacto en el ambiente. Con dificultades internas y externas, la Argentina enfrenta un desafío similar ¿correcto?

VR: Exactamente, tenemos un contexto donde prima una nueva perspectiva en torno a las narrativas, en torno a la política.

Tenemos una expansión de las cadenas, un cambio en un paradigma tecno-productivo que lleva a una urgencia por abastecimiento de minerales críticos y energía, lo que estimula inversiones globales que, en algunos casos, están aún por definirse. En otros casos se observa cierta tendencia a la sobrecapacidad, lo que puede ser peligroso. A la par, hay disposición para construir nuevas cadenas de suministro, por cuestiones de índole estratégica, de seguridad y de resiliencia. Esto delimita un contexto en el que, una vez más, la Argentina parece tener oportunidades concretas y cierto poder de negociación en torno a una renta extraordinaria producto de condiciones naturales. A esto se suman las capacidades industriales y científico-tecnológicas que ya tenemos y que podemos desarrollar. En este contexto, negociar contenido nacional aguas abajo y arriba es fundamental y se puede hacer.

Permítanme agregar, para concluir, que la coordinación regional es muy importante para darle escala a los proyectos y para evitar una “carrera descendente” en la que cada país ofrece condiciones menos ventajosas puertas adentro para tratar de anclar la inversión en su territorio.

En este sentido, el Mercosur y el Mercosur ampliado sumado a otras iniciativas y relaciones, por ejemplo, con Chile, Bolivia, Colombia, México, con América Central, pueden ser plataformas muy relevantes. 

En resumen, el cambio del paradigma tecno-productivo está reconfigurando el mapa de la producción global. La Argentina y el Mercosur tienen oportunidades concretas a partir de sus recursos naturales críticos y, también, por su conocimiento y capacidades industriales y científico-tecnológicas. Estas circunstancias implican renta diferencial y poder de negociación para disputar una inserción más beneficiosa en términos de empleo y bienestar.

A pesar de la situación actual y del desánimo, hay condiciones concretas que podríamos aprovechar para desplegar un nuevo y esperado ciclo de desarrollo nacional.

 

 

Sabina Frederic

(Tiempo estimado: 14 - 27 minutos)

 

“Una política de seguridad progresista no puede ignorar que el Estado neoliberal ha creado inmensas mayorías excluidas. Estos procesos en los que se pierden los trabajos, los ingresos, la tierra y se profundizan las desigualdades se traducen en demandas por más presencia policial y más represión. Las propuestas y líneas de trabajo superadoras demandan cambios normativos, institucionales y políticos.”

 

Sabina Frederic es antropóloga. Recibió su título de grado en la UBA, se doctoró en Antropología Social en la Universidad de Utrecht, de los Países Bajos, y tiene estudios de posdoctorado en la Escuela Normal Superior Laboratorio Maurice Halbwach, de Francia. Sabina es investigadora del CONICET y profesora en la Universidad Nacional de Quilmes y se especializó en temas relacionados con las fuerzas armadas y de seguridad. En 2014 recibió el Primer Premio Nacional de Cultura, categoría ensayo antropológico, por “Las trampas del pasado. Las Fuerzas Armadas y su integración al Estado democrático”, y en 2020 publicó por Siglo XXI “La Gendarmería desde Adentro. De Centinelas de la Patria al trabajo en barrios”. En resumidas cuentas, Sabina Frederic sabe de seguridad —una materia de la que todos hablan y pocos entienden— y ha tenido experiencia concreta como subsecretaria de Formación del Ministerio de Defensa, entre 2009 y 2011, en la gestión de Nilda Garré, y como ministra de Seguridad durante la primera mitad del gobierno de Alberto Fernández. FIDE tuvo la oportunidad de conversar con Sabina a propósito de la publicación de su último libro, “Lo que el progresismo no ve, cuando aborda la seguridad”, editado por Siglo XXI.

 

 

FIDE: Usted estuvo a cargo del Ministerio de Seguridad durante la primera parte del gobierno de Alberto Fernández. Previamente, en su práctica profesional y como investigadora, se dedicó a estudiar a la policía y a las Fuerzas Armadas. En base a su experiencia en la materia, ¿cuáles son las claves para entender los desafíos en materia de seguridad en la Argentina?

Sabina Frederic (SF): Un primer elemento que me parece imprescindible discutir es qué clase de régimen de Estado tenemos. Esto es relevante para avanzar en un diagnóstico en materia de seguridad, dado que el Estado neoliberal permea o trasvasa todos los gobiernos, incluidos aquellos que pueden ser catalogados como progresistas. La incapacidad o las limitaciones para alcanzar el bienestar de las mayorías a través de buenos salarios y beneficios que permiten que las y los trabajadores transiten su vida y las de su familia de forma digna, tiene como consecuencia una cantidad creciente la población que queda en circunstancias desfavorables, en los márgenes, excluida.

La retracción y la transformación del Estado de bienestar en el Estado neoliberal es un proceso que se ha extendido aún en aquellos países o regiones que fueron reconocidas por su capacidad para incrementar el bienestar de su población. En Europa algunos hablan de la combinación de un Estado penal con un Estado liberal y un residuo de Estado social. Esto es relevante porque la agenda de seguridad se alimenta de la securitización de las desigualdades de la pobreza y las conflictividades. Es decir, la agenda de seguridad se ha construido en la Argentina como el lugar en donde se depositan o se acumulan los emergentes de la desigualdad, la pobreza y la conflictividad asociada a este proceso de exclusión. Todo eso que se empuja a las márgenes, todo aquello de lo que no damos cuenta o que no queremos ver porque no sabemos cómo resolverlo, constituye la agenda de seguridad.

Para que se entienda el vínculo directo entre los problemas que genera el Estado neoliberal y la seguridad puedo poner como ejemplo la creación del Ministerio de Seguridad en diciembre de 2010, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La creación del ministerio respondió a dos hechos. En diciembre de 2010 se produjo la ocupación del Parque Indoamericano1 y la intervención de la Policía Metropolitana y de la Policía Federal concluyó con la pérdida de vidas humanas. Unos meses antes, en octubre de ese mismo año, se había llevado a cabo el asesinato de Mariano Ferreyra, en el marco del conflicto de los trabajadores tercerizados del ferrocarril Roca. En esa coyuntura, CFK decide crear el Ministerio de Seguridad y nombrar a Nilda Garré como ministra. A partir de entonces, la agenda de seguridad fue creciendo y se ha convertido en una de las principales herramientas para gestionar los problemas en las poblaciones que habitan las márgenes de la sociedad. La seguridad en nuestro país lidia, fundamentalmente, con la exclusión y con los excluidos.

Previamente, Néstor Kirchner había duplicado la cantidad de gendarmes y ampliado significativamente su intervención territorial hacia las fronteras, Rosario, la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires.  Entonces, para resumir, frente al incremento de la población en situación de vulnerabilidad y exclusión, la respuesta del Estado ha sido también aumentar la cantidad de efectivos y la represión. En resumen, lo que sucede en materia de seguridad (o inseguridad) está relacionado con el proceso de las últimas décadas, en las cuales las familias, las y los trabajadores y los jóvenes han ido perdiendo empleo formal, ingresos, salario indirecto, conformando una proporción cada vez mayor de marginados.

 

 

FIDE: El Estado neoliberal se impone al de bienestar, se produce un proceso de exclusión social fruto de la falta de trabajo, la merma de los ingresos familiares y el aumento de las desigualdades y la respuesta en nuestro país ha sido incrementar la presencia policial y la represión, aun en gobiernos que pueden ser calificados como progresistas. ¿Qué estrategias u opciones de política se han despegado digamos, desde el regreso de la democracia, en materia de seguridad?


SF
: El Estado Nacional tiene cuatro fuerzas federales: la Prefectura Naval, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, la Policía Federal y la Gendarmería Nacional, que cuenta con la mayor cantidad de efectivos. En los últimos años, los gobiernos incrementaron notoriamente la cantidad de efectivos de las fuerzas de seguridad; en el caso particular de la Gendarmería, se multiplicó por dos. La policía de la Provincia de Buenos Aires también se duplicó, esta fuerza sumaba unos 54.000 efectivos en 2004 y hoy está en torno a los 100.000 policías. Este proceso se repite en casi todas las provincias argentinas. Nuestra respuesta a los problemas de seguridad causados por la falta de trabajo, la caída de los ingresos y el aumento de la desigualdad ha sido la saturación policial.

Hoy en la Argentina tenemos 600 efectivos por cada 100.000 habitantes, cuando lo recomendado por Naciones Unidas es 250 por cada 100.000 habitantes. En la Ciudad de Buenos Aires la proporción es aún mayor, de 1.100 efectivos por cada 100.000 habitantes. Entonces, en las últimas décadas nuestra respuesta a los problemas de seguridad ha sido duplicar o triplicar el número de policías o efectivos de las fuerzas de seguridad, es decir, aumentar la saturación e incrementar la represión. Y, sin embargo, las principales demandas siguen siendo —y fueron las que yo tuve cuando fui ministra— más efectivos y más represión. En este punto, el origen de los conflictos e, incluso, el signo político del gobierno y/o de los gobernadores no importa, casi todos piden los mismo: Gendarmería.

Me gustaría traer un solo número para dar cuenta del aumento de la población en estado de vulnerabilidad. Durante la pandemia, el Ingreso Familiar de Emergencia (el IFE) fue solicitado por más de 13 millones de personas. Luego, con algunos filtros, hubo 9,5 millones de personas que obtuvieron el beneficio. Es un número enorme en comparación con la población total de nuestro país. Entonces, cuando hablamos de precarización y marginalidad no estamos hablando de un fenómeno menor, sino todo lo contrario. Podríamos aventurar que ese crecimiento geométrico de los efectivos policiales a nivel federal y provincial es consecuencia del incremento de la población que vive en la informalidad y/o la ilegalidad.

 

FIDE: La demanda en favor del aumento de efectivos está clara. En cuanto a la demanda por más represión por parte del Estado, ¿frente a qué circunstancias o episo-dios se incrementa la demanda por más represión?


SF:
Los dos conflictos que han generado mayor demanda de represión durante mi gestión estuvieron relacionados con los cortes o amenazas de cortes en el transporte público, en particular los cortes regulares que se producían en los trenes por parte de los trabajadores tercerizados y con la disputa por la tierra, en particular en torno al caso de los mapuches2, en el sur del país.

En el caso de los cortes al servicio de transporte, se pueden ver los efectos, las consecuencias del Estado neoliberal. Las y los trabajadores tercerizados son un resultado de las políticas de precarización laboral implementadas en los años ‘90, durante la gestión de Carlos Menem, que no cesaron posteriormente. Se trata de un asunto que no se pudo resolver o que no pudo abordarse por completo o que se resolvía para una parte de los trabajadores, pero luego se replicaba con otro tipo de trabajadores, por ejemplo, aquellos a cargo de las tareas de limpieza en los ferrocarriles. Como dijimos, ya en el gobierno de CFK se produce el dramático episodio que termina con el homicidio de Mariano Ferreyra y cuyos protagonistas eran los trabajadores precarizados del Ferrocarril Roca que demandaban el pase a planta permanente3. Se trata de trabajadores que muchas veces tienen las mismas tareas que los que están en relación de dependencia y que tienen menos ingresos y beneficios, y a las que se suman condiciones muchas veces inexplicables de desvalorización de sus tareas como, por ejemplo, falta de lugares donde cambiarse la ropa.

El segundo tipo de conflictos que aumentó la demanda de represión fue el de las comunidades de mapuches que también recordarán que, en un primer momento, estaba concentrado en la comunidad del Lago Mascardi, Bariloche, provincia de Río Negro. Esos conflictos por la tierra en esa provincia son consecuencia de decisiones que ha tomado el gobierno provincial a través de un proceso pseudolegal impulsado por la Dirección de Tierras de la provincia, mediante el cual se avanza con la expropiación de tierras fiscales entre 2005 y 2012, que eran territorios ancestrales de los pueblos originarios y criollos, para transferirlos a manos privadas. Este proceso fue tan conflictivo y desatinado que se generó una comisión investigadora en la Cámara de Diputados de la provincia de Río Negro para estudiar los mecanismos a través de los cuales se produjo la expropiación de esas casi 500.000 hectáreas de tierras fiscales. Simultáneamente, para atender ese y otros conflictos de las comunidades originarias de la Argentina en su reclamo por la tierra, en el año 2006 Néstor Kirchner promueve la aprobación de la Ley de Emergencia Territorial Indígena, que frena los desalojos. Pero esa ley nacional poco cambió el estado de cosas en una provincia como la de Río Negro, que no solo no la cumplió, sino que venía profundizando el problema a través de aquellos mecanismos pseudolegales. El fenómeno en este sitio fue que las comunidades desplazadas que se habían instalado en el alto Bariloche, expropiadas de sus tierras ancestrales, comienzan a agruparse para luchar por la recuperación y la identificación indígena. La muerte de Rafael Nahuel4 a manos de las fuerzas de seguridad durante la primera gestión de Patricia Bullrich como ministra de Seguridad en el gobierno de Macri es una de las consecuencias de esta decisión en torno a la tierra de los pueblos originarios.

En ese proceso podemos ver, otra vez, cómo el neoliberalismo va generando desplazados que se acumulan en las zonas más pobres del país. Y luego se instalan conflictos de todo tipo en torno a estas exclusiones que se securitizan. Durante el gobierno de Alberto Fernández en nuestra gestión sostuvimos una mesa de resolución alternativa de conflictos con toda la prensa hegemónica en contra y otros actores que operaron más o menos en la sombra. Ese instrumento de diálogo y negociación frenó los desalojos y la violencia de Estado. Con nuestra salida del Ministerio de Seguridad, se desactivó la mesa de diálogo y al año, bajo la conducción de Aníbal Fernández, las fuerzas federales desalojaron a la comunidad mapuche del Lago Mascardi.  Esto derivó en un escándalo cuando cinco mujeres de la comunidad fueron detenidas y trasladadas de Bariloche a la cárcel de Ezeiza, por orden judicial.   Como se ve, se trata de conflictos que son de larga duración donde la privación de derechos laborales o al hábitat está siempre al servicio de intereses extractivistas o rentistas.

 

FIDE: Para completar el diagnóstico, ¿tenemos datos que nos ayuden a entender lo que está pasando en materia de seguridad/inseguridad en la Argentina?

 

SF: Sin duda los datos son un elemento imprescindible para generar un diagnóstico acertado en materia de seguridad. Necesitamos datos duros, objetivos y legítimos para evaluar las políticas y las gestiones. Sin embargo, casi el único dato que tenemos que cumple con estos requisitos es la tasa de homicidios.

En la Argentina los homicidios están a la baja hace 10 años. Teníamos, aproximadamente, una relación de 8 homicidios cada 100.000 habitantes en el 2014 y hoy estamos en 4, salvo Rosario, ciudad en la que esa relación ha sido bastante más elevada. Es decir, la Argentina es un país donde la violencia letal no es muy alta, lo cual no quiere decir que no haya delitos, muchos de ellos con gran violencia, inseguridad e incluso episodios de terror en la población por casos puntuales que generan gran conmoción por sus características hiperviolentas y deshumanizantes. Pero como no tenemos buenos datos sobre otros hechos delictivos que sean objetivos y estén legitimados, nos cuesta generar un diagnóstico certero que de cuenta de todos los delitos, su interacción y la situación general de la seguridad, que es una suma de todo lo que pasa en el territorio.

Hay otros datos de buena calidad. Los hay, por ejemplo, en la Procuración de Lucha contra el Narcotráfico, que depende del Ministerio Público Fiscal. Ellos tienen datos interesantes sobre las causas que se inician por delitos a la Ley de Drogas. La provincia de Buenos Aires también tiene buenos datos, pero lo que no tenemos es un corpus de datos, relacionados entre sí, que sea reconocido por decisores políticos, expertos y académicos para la evaluación y el diseño de políticas y en torno a los cuales se construya una legitimidad social más amplia.

 

FIDE: Además de los datos, ¿qué otros elementos serían necesarios para articular una agenda efectiva en materia de seguridad?

 

SF: La seguridad es un campo de saberes del sentido común donde, por definición, cualquiera puede hablar. Para poner un ejemplo, más allá de que todo lo relacionado con la pandemia ha quedado en un lugar que creo que deberíamos revisitar y resignificar, durante la primera etapa del COVID el Ejecutivo tuvo la sabiduría de montar un comité de expertos y expertas, de científicas y científicos. Esa decisión fue muy importante porque se logró que gran parte de la discusión fuera técnico-científica. Incluso en los medios de comunicación se convocaba médicas y médicos para consultarlos, se valoraba el conocimiento en un tema crítico para la sociedad.

En los temas vinculados con la seguridad eso no ocurre; entonces se torna un terreno hipercontestable, de controversias y polarizaciones. Y por contestable entiendo una situación en la que cualquiera puede decir cualquier cosa y donde priman las figuras rimbombantes y performáticas. Se trata de personas con cierta capacidad histriónica para instalarse en el ámbito público. Estas figuras son, desde mi punto de vista, una suerte de síntoma de la impotencia del Estado para resolver algunos problemas. Son figuras que dicen saber, que tranquilizan, que se convierten en referentes y que convierten ‘su ley’ en ‘la ley’, aunque esta ley no sea la verdadera. Estas figuras tranquilizan, desvían el problema y hacen de pararrayos. “Se llevan la marca”, como se dice en política. Entonces estos ámbitos poco profesionales y estas figuras funcionan, cumplen un rol, pero no resuelven los problemas y muchas veces solo conforman un espectáculo en torno a la inseguridad.

En paralelo, y para no plantear un escenario naif, por supuesto la cuestión de la seguridad y la inseguridad está alimentada por los negocios espurios, por el involucramiento de las fuerzas de seguridad, las ‘cajas’, las ‘valijas’ que circulan, la publicidad de empresas de seguridad, de abogados penalistas… hay todo un universo que se articula en torno al funcionamiento mediático de la seguridad. Esto incluye también otras herramientas que, por supuesto, son útiles, como las cámaras de seguridad, sean éstas públicas o privadas. Entonces tenemos una gran cantidad de imágenes, que generan un circuito y que explican también el notable crecimiento de la seguridad privada donde, por otra parte, los dueños y gerentes son excomisarios. Es un circuito con muchos elementos que se retroalimentan, pero que está lejos de resolver los problemas e, incluso, dificulta una discusión seria, de fondo y técnica sobre los problemas de inseguridad y los delitos.

También debemos tener claro que tanto los jóvenes que cometen delitos menores como algunos efectivos de las fuerzas tienen estímulos concretos para sumarse a las bandas que llevan adelante los delitos más complejos. Hay un trabajo muy bueno de Eugenia Cozzi, que se llama “De ladrones a narcos: violencias, delitos y búsquedas de reconocimiento”, que muestra cómo las bandas en Rosario pasaron de negociar con la policía a trabajar con la policía. Es ahí cuando se perdió la autoridad y el control sobre el territorio. Y, por supuesto, está el tema importantísimo de los fondos, los enormes ingresos que genera el narco y se introducen en el circuito formal en esa ciudad, a través de las actividades de lavado llevadas adelante por una gran cantidad de personas y empresas.

Otro elemento o clave para ir pensando una agenda efectiva en materia de seguridad refiere al área de investigación o inteligencia criminal, que es, de alguna manera, la contracara de la saturación policial. Hoy la única herramienta que utilizamos, o la más importante, la que más financia el Estado, es la saturación policial, movilización masiva de efectivos. Esto puede resultar útil para disuadir en algunas zonas o para controlar el delito predatorio callejero, pero no alcanza y no sirve para combatir los delitos más importantes, los más sofisticados.

Durante nuestra gestión al frente del Ministerio de Seguridad avanzamos en torno a la idea de fortalecer la capacitación para promover las tareas de investigación criminal. Para nosotros era muy importante fortalecer las capacidades de las fuerzas de seguridad para intervenir en las investigaciones criminales, es decir, en el marco de causas. En esas causas, en esas investigaciones, también es fundamental el trabajo con otras áreas del Estado: la AFIP (hoy ARCA), la Aduana, entre muchas otras dependencias que tienen información muy valiosa. Son sinergias imprescindibles para combatir delitos como el narcotráfico, el lavado de activos, el tráfico de personas, entre otros. También se manifiesta un grado elevado de desarticulación con el Poder Judicial entre los niveles provinciales y federales y entre agencias civiles y agencias policiales —por ejemplo, la ANAC— y el recelo por compartir la información resulta en enormes escollos en el combate de los delitos más grandes y complejos. Hay casos emblemáticos, como son los vuelos irregulares desde Uruguay con drogas que ingresan al territorio argentino.

En este aspecto, la relación entre agencias estatales presenta una gran laguna, producto de conflictos interinstitucionales que disminuyen significativamente la eficacia de las acciones en materia de seguridad. Navegamos a tientas allí donde se requeriría mucha más inversión pública y más articulación.

Por último, hay una obligación legal de los servicios penitenciarios para que los presos, luego de cumplida su pena, puedan tener condiciones para reinsertarse en la vida y alejarse del delito. Se hace muy pero muy poco en esta materia. No hay educación garantizada en las cárceles, tampoco hay capacitación y tampoco trabajos, aun cuando la ley del servicio penitenciario así lo indica. Los programas que sí funcionaron que ofrecían salidas laborales concretas fueron diseñados e implementados —exitosamente— por cooperativas de liberados. Pero en este contexto de recortes presupuestarios y demonización de la tarea comunitaria y cooperativa, dudo que este tipo de programas pueda subsistir.

 

FIDE: ¿Qué opinión le merece la gestión en materia de seguridad del actual Gobierno?

 

SF: Aporto algunos datos para encarar la respuesta. Las cifras indican que durante 2024 el 10% de los asesinatos se produjo en ocasión de robo, el 56% está asociado a los mercados ilegales y el 30% ocurrió puertas adentro de los domicilios, es decir, producto de conflictos intrafamiliares. Entonces, cuando el Gobierno nacional plantea un proyecto de ley para modificar el régimen de portación de armas, para flexibilizar las condiciones de tenencia y portación, puede estar en forma indirecta promoviendo desenlaces fatales en el marco de los conflictos entre las personas, en las familias que explican nada más y nada menos que el 30% de los asesinatos. Lo que se observa, entonces, es una dinámica de instalar slogans y promover iniciativas que no van a resolver los problemas de fondo y que, quizás, los incrementen.

Por otro lado, poner a las fuerzas federales a reprimir sistemáticamente las manifestaciones pacíficas en torno a demandas legítimas, más allá de que el Gobierno no las comparta, es algo que no pasó nunca con la intensidad que ha desplegado este Gobierno, bajo la conducción de Bullrich. El único antecedente proviene de 2017, durante la gestión de Macri, y también fue en una marcha de los jubilados… y Bullrich también era ministra.

Han decidido desplegar a las cuatro fuerzas federales cada vez que se trata una ley importante o que se produce una concentración de personas. Eso es totalmente extraordinario y, francamente, pegarles a los jubilados es también denigrante para muchos de ellos. Esos trabajadores y trabajadoras también tienen que volver a sus casas, a sus barrios, no es fácil para ellos y ellas. Debe haber habido tensiones al interior de la fuerza por este despliegue sistemático, donde hemos tenido episodios como el gaseo de una niña en una manifestación5. Ese video fue enviado a la prensa por el jefe de la Policía Federal. Eso demuestra que hubo tensión hacia adentro de la fuerza; el Gobierno tiene un problema porque está poniendo a las fuerzas de seguridad en contra de la gente, una vez más.

Como vimos, las cifras indican que el peso de los conflictos entre personas, en las familias, es elevado. Y estos fenómenos han venido creciendo y también son el producto de tensiones provocadas por las dificultades económicas, entre muchas otras, por supuesto. Pero se ven conflictos muy severos, con desenlaces dramáticos, donde se pierden vidas. Eso evidencia también la falta de mecanismos y de instancias de negociación en los barrios, en las escuelas y otras instituciones que están en el territorio para que los problemas puedan canalizarse sin llegar a la violencia. Ahí también se ve cómo la desarticulación de los lazos sociales y de los espacios comunitarios es un camino fallido, que nos aleja de las soluciones. 

 

FIDE: En este contexto, y volviendo a las propuestas, ¿cuáles serían los elementos para pensar políticas de seguridad desde una perspectiva progresista?

 

SF: Los márgenes de maniobra de una política de seguridad progresista son extremadamente estrechos y contrarios al pulso electoral. Todos los expertos en temas electorales, incluidos los que asesoran a las fuerzas nacionales y populares, indican que hay que inclinar el discurso en favor de lo que se conoce como “mano dura”. Mi opinión, sin embargo, es que podemos expandir ese angosto desfiladero de políticas de seguridad más allá de las mayorías, pero requiere cambios, institucionales y legislativos para poder atacar los delitos sostenidos en organizaciones más complejas con mayor connivencia de agentes estatales.

El primero de estos cambios está relacionado con el negocio clandestino de las drogas y la discusión en torno a su legalización. El crecimiento de la tasa de la población carcelaria en la Argentina nos permite explicar el problema. En 2003 teníamos 125 detenidos cada 100.000 habitantes en todo el sistema carcelario federal y provincial. Hoy tenemos 250. Este crecimiento se produjo durante gobiernos de distinto signo político. Esto es importante porque desecha la idea de que hubo “mano blanda” durante los gobiernos progresistas de las últimas décadas.

Paralelamente, la mayor parte de la población carcelaria son varones, pero hay una proporción creciente de mujeres. Para explicar estos datos y su trayectoria es importante trabajar sobre la ley de drogas vigente que se aprobó en 1989, es decir, una ley que ya tiene más de 30 años y que solo ha logrado aumentar la población carcelaria, en particular entre las poblaciones más empobrecidas, pero que no ha sido efectiva para mejorar la salud de la población o controlar las adicciones, los consumos problemáticos y mucho menos para reducir el mercado.

En estos temas, como ya dijimos, el diálogo inter-institucional es fundamental porque hoy problemas de salud, de cuidado, de falta de recursos, de deserción estudiantil… son problemas que no se resuelven hostigando a los pobres y tampoco se resuelven con saturación policial. El sistema de atención de personas con problemas de adicción en nuestro país es un desastre, no hay servicio psiquiátrico público de emergencia, la mayor parte de los jóvenes que delinquen en las barriadas son adictos, con frecuencia con altos niveles de violencia. Como no hay otras respuestas, la responsabilidad sobre estos chicos recae en la policía. Entonces, creo que hay que pensar en una modificación de esa ley, que despenalice el consumo y que regule la comercialización. Este planteo, como mínimo, tenemos que pensarlo y ver otras experiencias al respecto; hay más policías, hay más gente en la cárcel (en ambos casos, en relación con la población total) y no hemos tenido buenos resultados. Por supuesto, también hay que tener en claro que un mundo sin drogas no existe. 

Otro problema al que nos tenemos que abocar es el de los conflictos entre jurisdicciones. El Estado nacional perdió mucha capacidad y perdió jurisdicción, casi no hay jurisdicción federal. La Nación tiene jurisdicción solo sobre las rutas, las fronteras, pero hemos perdido capacidad para decidir adónde desplazar las fuerzas de seguridad federales y hay un tire y afloje permanente y poco productivo con las provincias. La Ley de Seguridad Interior es de 1992 y creó el sistema de seguridad tal cual lo conocemos hoy y, a su vez, dio origen al Consejo Federal de Seguridad Interior, en el que se reúnen todos los ministros y ministras de Seguridad. Pero esa instancia solo funciona para tareas de coordinación; no hay verdadero poder de decisión, el ministro o la ministra encargada de la seguridad nacional no tiene poder de decisión en ese Consejo. Tampoco hay un registro ni sistematización de causas judiciales concluidas para análisis ex post en el Ministerio de Seguridad. Tampoco existe un espacio donde se pueda tener conocimiento en tiempo real de todos los delitos que ocurren en la Argentina, cada municipio tiene sus mapas de delitos, cada provincia los suyos, pero no tenemos un mapa de delito nacional; entonces caminamos a ciegas, a tientas, con información parcial en delitos muy complejos y que se interrelacionan entre sí.

Durante nuestra gestión hicimos algunos entrecruza-mientos de información con las 300 causas de los juzgados federales en Rosario y en el análisis de inteligencia criminal descubrimos que no había dos bandas, Los Monos y Los Alvarado: eran más o menos unos 100 clanes familiares que, además, tienen muchas vinculaciones entre sí. En estas causas había mucha información repetida y nadie la había cruzado ni sistematizado. Cuando ofrecimos esta información, la respuesta fue que necesitaban más presencia policial. Lógico, porque como ya dijimos ahí está la demanda de la población y eso suma en los discursos políticos, pero no ayuda a tener la información y las estrategias necesarias para combatir verdaderamente el delito.

También hay que reforzar la cooperación en materia de seguridad con los países limítrofes, porque esa cooperación solo existe sobre la base de vínculos personales entre gendarmes, prefectos o policías federales que desempeñaron tareas de representación en los países vecinos o cursos, y entonces desarrollaron una red profesional y personal. La cooperación policial que tenemos en la región es esta, está anclada en relaciones personales. Por supuesto, hay una serie de organismos, AMERIPOL, que es la comunidad de policías de América, pero que otra vez es como un club: no funciona como una plataforma para intercambiar institucionalmente información sensible y acordar estrategias conjuntas. Luego está la EUROPOL, en la Unión Europea, que ofrece su experiencia en la construcción de la policía transfronteriza, pero que poco tiene que ver con nuestros problemas y que no ha servido para la articulación regional. Entre otras reformas que deberían haber sucedido en el marco de la nueva Policía Federal Argentina, está la creación de una Agencia Federal de Investigaciones, que debería estar orientada a pensar estos asuntos en lugar de repetir lo que ya hacen otras instituciones como la Gendarmería, la Prefectura o inclusive la Policía de la Ciudad.

 

FIDE: Para concluir, ¿cómo podemos pensar a las fuerzas de seguridad en una clave positiva, como parte de esta agenda en favor de la seguridad?

 

SF: El escenario que se viene va a ser seguramente de agudización de los conflictos y hay que tener claro que no hay política progresista de seguridad sin mecanismos que protegen y amplían derechos a condiciones y regímenes de trabajo dignos, a la actualización permanente de su especialización y adiestramiento, a la equidad en materia de género, entre otros, de los y las integrantes de la fuerza de seguridad. Las fuerzas de seguridad en la Argentina tienen prohibida la sindicalización y eso incrementa la responsabilidad de la conducción política para velar por las condiciones de trabajo y de los derechos laborales. Nosotros creamos el Ministerio, una Subsecretaría de derechos, bienestar y género y un Consejo Asesor de Bienestar de las Fuerzas Federales. La sindicalización es un debate pendiente en la región, solamente Uruguay tiene sindicalizada la Policía, como en Europa, en Estados Unidos y en Canadá. Allí hay sindicato, sin derecho a huelga.

También es importante notar el desafío que significó para las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas llevar adelante un nuevo rol. El ejemplo de la pandemia, una vez más, es categórico. El aporte que realizaron las fuerzas federales a través del despliegue en el marco de la normativa que impedía la circulación y determinaba una parte de la población como trabajadoras y trabajadores esenciales y, por lo tanto, con permiso a circular, fue muy importante. Era una normativa compleja, que había que implementar en tiempo real, el riesgo era muy elevado y no tuvimos ningún episodio violento, ninguno. En algunas provincias hubo dificultades con las fuerzas provinciales, pero en el caso de las federales el desempeño y el aporte fue muy importante y con muy buenos resultados. Por supuesto, la supervisión por parte de las y los funcionarios civiles del Ministerio fue clave en este desempeño. Ahora parece alejado, casi como si fuesen imágenes de una película, pero esos agentes, hombres y mujeres, que estaban en la calle, estaban con alto riesgo de contagiarse y luego eran rechazados en sus casas… fueron tiempos muy difíciles.

Para terminar, yo diría que hay que redirigir la inercia del Estado. No concibo un gobierno progresista que reproduzca el asedio a la población de las barriadas populares y el incremento de la población carcelaria. El resultado de estas prácticas es más causas en flagrancia y por tanto más gente presa por delitos menores y menos capacidad para desalentar el funcionamiento de los delitos complejos. La enorme impotencia y frustración que esto genera en las fuerzas de seguridad estimula la desazón y luego la falta de compromiso y el mal desempeño. El 36% de las causas por delito de drogas es por consumo. Es un dispendio de recursos públicos. Los datos también indican que en algunas provincias hay un incremento en los últimos años de los homicidios cometidos por la policía.

Hay mucho por hacer. Pero se requiere un acuerdo político profundo para poner a la seguridad en un lugar de saber, de cuidado, de conocimiento e investigación y no solo en el lugar de la represión o la persecución de la gestión de población más vulnerable.

 

 

Cecilia Todesca Bocco

(Tiempo estimado: 19 - 38 minutos)

 

“El mapa global de la producción y el empleo está cambiando. La Argentina tiene oportunidades concretas en esta reconfiguración y para aprovecharlas tiene que desarrollar una estrategia de relacionamiento internacional como una parte más de la política industrial, científico-tecnológica y de empleo e ingresos. Estas políticas, a su vez, deben ser coordinadas a escala regional, es decir, con todos los socios del MERCOSUR, para potenciar el valor económico, político y social de nuestro bloque.”

 

Cecilia Todesca Bocco es economista e integra el consejo asesor de FIDE. Fue Vice Jefa de Gabinete de Ministros de la Nación durante la gestión de Santiago Cafiero como Jefe de Gabinete de Ministros y la de Alberto Fernández como Presidente. También se desempeñó como Secretaria de Relaciones Económicas Internacionales en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, entre finales de 2021 y 2023. Trabajó muchos años en el Banco Central y fue senior advisor de la silla argentina en el Fondo Monetario Internacional en los gloriosos años en los que la Argentina logró pagar el total de sus deudas con el organismo.

En esta conversación con Cecilia nos interesa caracterizar correctamente el contexto internacional para luego discutir cuáles deberían ser los ejes principales de una política de relacionamiento externo que propicien el desarrollo económico y social de nuestro país.

 

FIDE: Se vienen produciendo cambios importantes como resultado del triunfo electoral de Milei y, luego, por la asunción por segunda vez de Trump como presidente de los Estados Unidos. En Europa también se ha notado un incremento en el peso de la derecha en casi todos los países. ¿Cuáles son las transformaciones que se vienen desarrollando en la esfera internacional?

Cecilia Todesca Bocco (CTB): Se trata de cambios que vienen sucediendo desde hace ya unas cuantas décadas, pero que en los últimos años se han acelerado con motivo de varios factores, entre ellos, el impacto de las nuevas tecnologías en la producción y, también, la escena postpandemia y postauge de la globalización, ahora en franco declive. Son cambios profundos que la Argentina no puede ignorar a la hora de pensar una estrategia concreta para posicionarla de una forma más eficaz en la esfera internacional y, sobre todo, para tener los resultados que queremos en materia de producción, empleo, exportaciones y distribución del ingreso. Como es bastante obvio, la política de relacionamiento internacional es una parte de la política industrial, científico-tecnológica y de empleo e ingresos.

Es importante notar que la cuestión no es solo describir lo que sucede en el mundo y en la Argentina, sino pensar nuestra propia agenda. Se trata de una tarea imprescindible y colectiva, es decir, política. Tenemos que ponernos creativos, profundizar, complejizar la autocrítica para tener claro nuestro proyecto de país. La derecha sabe perfectamente lo que quiere hacer y, sin duda, allí está el capital concentrado y financiero para recordárselo, para darle apoyo y, si hace falta, incluso para escribir los expedientes. En el espectro nacional y popular viene siendo más difícil tener clara una estrategia de desarrollo económico y social. Esta falencia, esta falta de acuerdo, de plan y estrategia, se nota y se sufre cuando estamos en el poder.

Al mismo tiempo, tenemos que desarrollar defensas, anticuerpos, para aguantar y desarticular la violencia política que se ha instalado con una fuerza que no podemos ignorar. Es cierto que no se trata de un fenómeno privativo de la Argentina, pero aquí hemos tenido episodios dramáticos que llegaron al intento de asesinato de CFK. Esta violencia verbal y física ha tenido y tiene efectos sobre nuestra posibilidad de juntarnos, pensar, ser colaborativos y autocríticos. Hay una pérdida de valor de la palabra y una profusa generación y diseminación de la información (verdadera y falsa) que se acelera y tiene un impacto directo en el contexto político.

Volviendo sobre las claves que deberíamos tener claras para entender las circunstancias internacionales, en los desayunos que organiza FIDE ya se han identificado las transformaciones que se observan en la escena global. Para simplificar, y citando a Jorge Taiana y a Juan Gabriel Tokatlian, en el mundo se observa la combinación de una serie de factores: una nueva revolución tecnológica, un aumento de la tensión internacional como emergente de un mundo multipolar donde hay una disputa por las nuevas tecnologías, el cambio climático y sus efectos, el devenir demográfico –incluyendo el tema de las migraciones y sus efectos económicos y sociales–, el malestar en y con la democracia, la captura  del Estado por parte de las grandes empresas tecnológicas (las “big tech”) y la pérdida de relevancia, en este contexto, de las relaciones intergubernamentales, un asunto que quizás no es nuevo, pero que se viene agravando.  

Se trata de un “combo” que ha incrementado notablemente el nivel de tensión internacional, como bien lo describió Taiana, con una gran cantidad de conflictos severos, incluyendo una guerra en el centro del Europa.

 

FIDE: En este nuevo contexto, ¿qué se observa respecto del mapa de la producción y el empleo?

CTB: Creo que lo primero que hay que tomar en cuenta es que la “vieja globalización”, caracterizada por la deslocalización que produjo el traslado de la producción a las economías donde los salarios eran más bajos, la tributación menos exigente y la regulación ambiental inexistente, hace rato que ya no nos ayuda a explicar lo que está pasando. Estos tres factores se han modificado notablemente y los países más desarrollados han sufrido a lo largo de décadas el impacto de las consecuencias, digamos, “no deseadas” de la globalización. Las cadenas globales en las que se produce una gran cantidad de los bienes industriales que consumimos están transformándose.

Es interesante, sin embargo, tener claro que la era de la globalización tuvo consecuencias muy significativas y que son importantes para entender la situación en la que estamos hoy.  A partir de los fines de los años ‘60, principios de los ‘70, producto de la relocalización productiva y la “asalarización del Sur” (particularmente en Asia), la pobreza mundial se redujo del 40% en 1980 al 10% en 2013. Esto, a su vez, generó un efecto disciplinador sobre los salarios en las economías centrales. La caída de los salarios reales en las economías industrializadas en las últimas cuatro décadas es muy marcada, y también se evidencia un empeoramiento en la distribución del ingreso. Otra consecuencia importante de este proceso de globalización de la producción es la condición sine qua non que supuso respecto de la total libertad de los capitales para moverse. En este período la liberalización de los flujos financieros y la financiarización fueron avanzando, tanto en los países centrales como en los periféricos, hasta alcanzar la supremacía que hoy observamos.

En relación con este punto, es importante notar que, mientras las tasas anuales de crecimiento del comer-cio se redujeron a la mitad, la financiarización y la des-regulación sobre los flujos financieros no paran de acelerarse. Es decir, la globalización en la producción de bienes y servicios está en disputa y en duda, pero no es el caso de lo financiero, que sigue en expansión, quizás como nunca.

Un segundo elemento característico de estas décadas es el rol de la deuda para completar los ingresos a la baja de las familias. Claro está, la deuda viene a solucionar un problema y genera otros. La crisis de las hipotecas con epicentro en los Estados Unidos, en 2008/2009, da cuenta de la profundidad y gravedad del incremento de la deuda en las familias, por un lado, y de la “creatividad” financiera para generar cada vez más productos que suponen un desafío importante para las regulaciones necesarias para garantizar cierto nivel de estabilidad financiera. La caída del empleo industrial, la reducción de los salarios, el aumento del endeudamiento familiar y personal, el empeoramiento en la distribución del ingreso han generado, a lo largo de las últimas décadas, un incremento en el malestar, especialmente en las economías centrales.

A este malestar se suma otro elemento fundamental, que es el “descubrimiento” de lo que significaba la deslocalización productiva en la carrera tecnológica. Para decirlo de forma sencilla, lo que se evidenció es que allí donde se produce no solo se genera empleo, también surgen las nuevas ideas sobre productos, servicios y procesos. Es decir, donde se produce se innova, y entonces lo que está en disputa es el liderazgo por las nuevas tecnologías. Hoy se observa una predominancia muy importante de China en el control de las nuevas tecnologías y un clima de tensión creciente en la escena global, que está directamente relacionado con la disputa por el liderazgo tecnológico, por la generación de nuevos productos y servicios y, por lo tanto, por los empleos de calidad. Por último, en los últimos cuatro o cinco años sobrevienen dos disrupciones muy importantes: la pan-demia y la guerra en el centro de Europa. 

 

FIDE: La pandemia parece ser otro punto de inflexión en la globalización. ¿Es así?

CTB: Yo creo que la pandemia ha tenido una serie de impactos muy importantes en el devenir político, económico y social. Mucho más severos de lo que se reconoce aquí en la Argentina. Quizás sea el efecto de la grieta que estimuló la oposición durante la pandemia, poniendo en duda la efectividad de las vacunas e introduciendo la geopolítica en este plano, cuando lo que estaba en juego era la vida de millones de compatriotas… Quiero decirlo con claridad, porque esa virulencia y las noticias falsas que inoculan miedo y malestar, producidas por la oposición al peronismo durante la pandemia son la antesala de lo que le permitió ganar a Milei.

La pandemia ha tenido consecuencias económicas y sociales muy importantes. El último reporte del Índice de Desarrollo Humano (IDH) del PNUD, que corresponde a los años 2023-2024, se refiere especialmente al impacto de la pandemia sobre las personas. Por primera vez, desde que se mide el IDH, su valor disminuyó en 2020 y 2021 y la brecha entre países aumentó, después de 20 años consecutivos de reducción. Como es lógico, en este escenario ha aumentado el malestar y se instala la idea de que no hay futuro, mucho menos un futuro en común. De acuerdo con el informe del PNUD, la pandemia se llevó 25 millones de vidas aproximadamente en el mundo, la expectativa de vida se redujo casi dos años y se instaló la idea del tiempo perdido, que ya no se puede recuperar. Y asociado a eso hay altos niveles de estrés, incertidumbre, tristeza y dificultad para establecer vínculos y creer que es posible construir un futuro, tanto en lo individual como en lo familiar y colectivo. Todo esto es caldo de cultivo para los liderazgos de corte autoritario y muy agresivos que hemos visto emerger.

 

FIDE: En paralelo a estos cambios en la subjetividad de las personas, se observan impactos sensibles sobre la dinámica de la globalización…

CTB: Efectivamente, lo que se observa en las estadísticas del comercio internacional es que, a partir de la crisis de las hipotecas en los Estados Unidos (en 2008/2009, que es un primer punto de inflexión para la globalización), la tasa anual de crecimiento del intercambio de bienes se reduce a la mitad. Por otra parte, la pandemia y luego la guerra han traído aparejado un aumento de la inflación y esto también tiene, como es obvio, un impacto directo en la calidad de vida de las personas. En los Estados Unidos durante la pandemia se interrumpió el normal abastecimiento de los semiconductores para la industria automotriz y los precios de los autos aumentaron muchísimo. Ergo, la globalización no solo trajo aparejada una pérdida de empleo industrial y la compresión de los salarios, sino que también puso en evidencia problemas de otra índole, con la producción afectada por disrupciones en la logística, a lo que se suma un inconveniente aun mayor en el terreno de la seguridad nacional. El caso de las vacunas durante la pandemia fue un buen ejemplo y el de los semiconductores para autos y otros muchos bienes, también. De un día para el otro las cadenas de suministro dejaron de ser confiables, lo que representa un inconveniente mayúsculo para la seguridad nacional…

Durante su primera presidencia, Trump planteó con claridad la necesidad de volver a producir en los Estados Unidos e identificó a China como el gran enemigo. Hay que identificar/construir un opositor, un enemigo que sea culpable de todas las desgracias. Esto Trump lo interpretó bien y construyó un relato en torno a esta interpretación. Luego, durante la presidencia de Biden, se produjeron cambios aún más sustantivos con la aprobación de dos leyes en particular, la ley de reducción de la inflación y la ley de chips y ciencia, diseñada con el objetivo de recuperar el liderazgo de Estados Unidos en la producción de semiconductores, en particular aquellos de mayor sofisticación tecnológica. En los ‘90 los Estados Unidos producían el 37% de los chips del mundo; hoy solo manufacturan el 12%, mientras que el 75% se produce en el sudeste asiático, específicamente en Taiwán y Corea. 

Estas transformaciones no sucedieron solo en los Estados Unidos. En la Unión Europea en 2019 se aprueba el Pacto Verde. En ese entonces, en Europa el reclamo de la ciudadanía se centraba en los efectos del cambio climático sobre la naturaleza y las personas. La idea central del Pacto Verde es acelerar la transición hacia energías renovables a través de inversiones en eficiencia energética y movilidad sostenible, en la protección de los ecosistemas y el fomento de la investigación en tecnologías limpias en Europa. El Pacto Verde no solo representa una respuesta a la emergencia climática: es una estrategia de desarrollo del bloque europeo, diseñada para impulsar la innovación, crear empleos verdes y mejorar la calidad de vida de su población, respondiendo a este malestar del cual hablábamos al principio.

Es importante notar que el Pacto Verde también tendrá impactos importantes en las relaciones comerciales de la Unión Europea. Los países que exportan productos a Europa se verán obligados a cumplir con los nuevos estándares ambientales y sociales establecidos en el acuerdo. Hay sectores como la agricultura, la industria automotriz y la energética en los que ya se observan impactos concretos. Las empresas que no cumplan con los requisitos podrían enfrentar barreras comerciales y, por lo tanto, el Pacto Verde y la política industrial de la Unión Europea representan un cambio de paradigma. Entonces, tenemos la reacción de Estados Unidos res-pecto a la nueva etapa de la globalización y, también, la de Europa, con países muy importantes como Alemania y Francia involucrados en la búsqueda de una estrategia que les permita salir de la situación de estancamiento en la que están.

Todo esto es lo que se discute cuando se habla de nuevas cadenas, de cadenas más cortas y seguras (nearshoring), de cadenas entre amigos, entre países con “valores compartidos” (friendshoring). Estamos hablando de una disputa internacional por la producción de los nuevos bienes y servicios, de las nuevas tecnologías y del empleo.

 

FIDE: En este nuevo contexto internacional, ¿cuáles son las claves que la Argentina debería tener claras para promover una inserción en beneficio del desarrollo nacional?

CTB: Para responder este asunto es importante tomar en cuenta dos variables: la inversión y el comercio. En primer lugar, hay que tener claro que hace décadas que la Argentina no logra una tasa de inversión que sea mínimamente suficiente como para encarar las transformaciones de la estructura productiva y, por lo tanto, tampoco está en condiciones de modificar su inserción internacional, muy sesgada a la exportación de bienes agroindustriales, muchos de ellos sujetos a los efectos del clima. Desde inicios de los años ‘90 en adelante solo hay cuatro años (2007, 2010, 2018 y 2022) en los que hemos logrado una tasa de inversión apenas por encima del 20%. Durante el primer año de la gestión Milei (2024) la inversión sobre PIB se redujo al 16%…

Eso indica que la Argentina está muy lejos de tener los recursos públicos y privados necesarios para lograr un salto en su nivel de desarrollo. Nuestro país requiere una corriente sostenida en inversión productiva e infraestructura. Claro está, en primer lugar tendrá que ser con capitales nacionales y con un esfuerzo por parte del Estado para garantizar inversiones productivas y en infraestructura; pero también hay un rol para la inversión extranjera directa, sobre todo en los sectores que son estratégicos y que requieren corrientes de capital muy importantes, como son la energía y la minería, fundamentalmente, y luego los alimentos y los servicios basados en conocimiento. Estas inversiones requieren para su concreción condiciones que las favorezcan, pero también deben tener otras que impliquen un compromiso con la generación de empleo nacional y la transferencia de tecnologías. Sería largo para desarrollar aquí, pero la propuesta de Milei con el RIGI exagera otorgando beneficios de más y nada dice (o muy poco) sobre los resultados que se esperan a cambio de semejantes recompensas y, por lo tanto, tenemos el riesgo de profundizar nuestra condición de enclave exportador de bienes primarios perdiendo la oportunidad de usar estos sectores como vectores de desarrollo.

En cuanto al comercio, lo importante es tener claro que estos no son los tiempos de la globalización o del libre comercio; por el contrario, y como ya conversamos, los países están disputando la producción y el empleo. Ergo, las aperturas unilaterales o los tratados de libre comercio que no tengan en cuenta la reconfiguración de las nuevas cadenas de valor no tienen ningún sentido.

A partir de la crisis de las hipotecas, no solo la tasa de crecimiento del comercio se redujo a la mitad, sino que las medidas restrictivas del comercio se cuadruplicaron. Entonces el trabajo es mucho más microeconómico, sector por sector, producto por producto, en relación con lo que hagan nuestros socios en el MERCOSUR. En fin, un trabajo bien pulido de política industrial; no medidas unilaterales y generales, porque esa estrategia ya no sirve.

La Argentina tiene que estudiar y desarrollar una planificación que tome en cuenta este nuevo mundo, este nuevo mapa de la producción y el empleo global. Los cambios tecnológicos que se están desarrollando le otorgan algunas oportunidades muy concretas a nuestro país en torno a los recursos naturales estratégicos y sus capacidades industriales y humanas, tanto por el rol de la educación pública como por el complejo de ciencia y tecnología que tenemos. Es decir, justo en el sentido inverso a lo que plantea el Gobierno de Milei, que ha pulverizado la inversión pública en ciencia y tecnología y desprecia al sistema científico-tecnológico nacional. Parece ignorar que cuando se habla de talento argentino se está hablando justamente del acceso a la educación que tienen las y los que viven en la Argentina, con un rol fundamental de la universidad pública. 

 

FIDE: Esta estrategia de relacionamiento externo o de integración con otros países… ¿cómo deberíamos pensarla, en base a qué elementos?

CTB: Para caracterizar más concretamente los desafíos que este mundo implica para la Argentina y para el desarrollo de una política exterior coherente y eficaz, me permito compartir cinco datos vinculados con el relacionamiento externo de nuestro país y sus impactos económicos.

1.- Brasil es el principal socio comercial de la Argentina, representa el 17% del total exportado por nuestro país. El 62% de esas exportaciones son manufacturas de origen industrial y la mayor parte de ellas está explicada por la industria automotriz. Esta industria genera el 6% del empleo industrial en la Argentina.

2.- El 35% de las exportaciones argentinas a los Estados Unidos están afectadas por medidas de defensa co-mercial de ese país. Los productos afectados son: biodiesel, tubos para petróleo, miel y jugo de uva. Además, desde 2019 la Argentina está a la espera de la publicación de los resultados del trámite sanitario (que ya está finalizado, con resultados positivos) para que se puedan iniciar las exportaciones de cítricos dulces argentinos al mercado norteamericano. Al mismo tiempo, el 50% de las exportaciones argentinas de Servicios Basados en Conocimiento tiene como destino a los Estados Unidos. Este sector emplea en forma directa 500.000 personas y es el cuarto complejo exportador argentino.

3.- Estimaciones preliminares indican que el 40%-50% de las exportaciones argentinas a la Unión Europea se verá afectado por el impacto de la normativa ambiental conocida como Pacto Verde, del que ya hablamos. Entre ellos, la carne, cueros, productos forestales, acero, aluminio y biodiesel. Solo el caso de las exportaciones de biodiesel, que ya estuvieron en riesgo por una de las normativas del Pacto Verde, suma 1.580 millones de dólares, lo que representa más del 14% de las exportaciones totales a la UE.

4.- De acuerdo con el Instituto Australiano de Políticas Estratégicas (Australian Strategy Policy Institute, ASPI), China lidera 57 de las 64 tecnologías esenciales en defensa, espacio, robótica, medio ambiente, biotecnología, IA y tecnología cuántica. En 2003-2007, 60 de las 64 tecnologías clave eran lideradas por Estados Unidos. En 2022 China fue el principal origen de las importaciones argentinas y el segundo mercado en importancia para nuestras exportaciones, fuertemente concentradas en productos primarios y manufacturas de origen agropecuario. Hay negociaciones sanitarias con China que llevan más de 10 años de trámite. Por otra parte, y para resumir en un par de datos, los BRICS explican el 45% de la población mundial y China, que está escandalosamente subrepresentada en el FMI y otros organismos internacionales, ostenta la red de swaps más grande del mundo.

5.- El préstamo que el FMI le otorgó a la Argentina en 2018 es el más grande en la historia del organismo y el Fondo tiene el estatus de acreedor privilegiado. La Argentina firmó Tratados Bilaterales de Inversión con 41 países, 38 de los cuales se firmaron durante la gestión de Menem. Nuestro país ha sido el que más controversias enfrentó en el CIADI (57 arbitrajes; de los 19 laudos concluidos, 14 terminaron en condenas). El RIGI puede abrir la puerta a una nueva fase de reclamos ante el CIADI y los inversores locales que tengan socios internacionales en sus proyectos en la Argentina también pueden presentar sus reclamos ante esa instancia. Temo que la financiarización aquí nos vuelva a jugar una mala pasada. Hoy, quien decide invertir al mismo tiempo genera un activo financiero, que es la posibilidad de plantear un reclamo si las condiciones que estaban previstas para esa inversión se ven alteradas. Incluso ese reclamo, o derecho a plantear ese reclamo, se puede negociar, es decir, es un activo financiero en paralelo. Para tener una idea sobre lo relevante que es esto, vale la pena recordar que durante su primera presidencia Trump modificó el NAFTA y lo hizo de modo tal de restringir los potenciales reclamos de los inversores canadienses ante el CIADI.

 

Insisto, estos datos son más una provocación que una taxonomía. En todo caso, dan cuenta de lo complicado que es comerciar, aun con aquellos países que hacen o hacían del libre comercio una bandera. Creo que para empezar a pensar una estrategia eficaz de relacionamiento externo es importante plantear algunas de estas cosas…

 

FIDE: En base a estos datos concretos sobre el relaciona-miento externo de la Argentina, ¿cuáles serían las claves para pensar una estrategia efectiva para el país?

CTB: En primer lugar, y como ya dijimos varias veces, hay que leer correctamente el contexto internacional. Las tasas de crecimiento del comercio internacional se redujeron del 6% anual al 2%-3%; los países, por cuestiones de seguridad, hegemonía y producción de nuevas tecnologías y generación de empleo puertas adentro, están acortando las cadenas de valor y reconfigurándolas. La globalización, como la conocíamos, ya no existe.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta la centralidad del MERCOSUR para nuestro país. Se trata de una zona de paz y diálogo –que no es poca cosa– y que representa un mercado de 300 millones de personas. Es una región con un efecto demográfico mejor que el que exhiben otras regiones, lo que representa un factor de competitividad. El MERCOSUR es esencial para lograr escala, para ampliar las exportaciones de bienes industriales desde nuestro país y para lograr que más PyME exporten. Ahora bien, la política de integración del MERCOSUR amerita, hace tiempo ya, una reformulación. La política industrial y de ciencia y tecnología deben ser regionales y todos los países que conforman el bloque tienen que verse beneficiados.

En tercer lugar, la Argentina tiene una oportunidad concreta para posicionarse como un proveedor confiable de energía, minerales (bienes y servicios asociados a estos dos sectores), alimentos y servicios basados en conocimiento. Se trata de vectores de desarrollo puertas adentro y de articulación del relacionamiento externo. Para ello es imprescindible una política industrial y científico-tecnológica que agregue valor y complejidad, que debe ser parte de la agenda a futuro de un nuevo y más potente MERCOSUR. La transformación global opera por dos vías fundamentales: la transición energética y la digitalización, y nuestro país tiene condiciones para jugar un rol en ambas.

En cuarto lugar, el rol crucial de las y los jóvenes y de las universidades públicas y el sistema nacional científico-tecnológico es otra de las ventajas que tiene la Argentina para aprovechar la coyuntura interna-cional.

En quinto lugar, y para decirlo bien clarito, no es tiempo de tratados de libre comercio, ni de nuevos tratados bilaterales de inversión y/o condicionalidades que aparecen a cambio de nada. Por eso, el acuerdo entre el MERCOSUR y la Unión Europea es un punto de inflexión. Hay grandes tensiones por la hegemonía y el liderazgo tecnológico, y el objetivo debe ser integrarse a las nuevas cadenas, a partir de nuestros recursos humanos y naturales, pero con una política soberana (y ambientalmente responsable de los mismos), con el norte puesto en generar empleo y mejorar los ingresos de las familias en todo el territorio nacional. Ciertamente, tampoco es tiempo para condicionalidades innecesarias que limitan el margen de política, que representan los intereses de las empresas extranjeras y no aportan nueva inversión extranjera directa ni financiamiento. Léase, para dar un ejemplo concreto, sumarse como miembro pleno a la OCDE.

Por último, las preocupaciones por el ambiente representan una fuente importante para el desarrollo de nuevas tecnologías. La Argentina tiene condiciones para aprovechar la transición hacia tecnologías con menor impacto en el ambiente. Hay que discutir un formato que permita el control estratégico y estatal sobre los recursos naturales y la agregación de valor. Hay distintos ejemplos en el mundo en este sentido; sin ir más lejos, el caso de Chile. En el caso argentino estas estrategias son de coordinación más compleja por el control de los recursos por parte de las provincias, pero los beneficios a futuro son muy importantes.

Relacionado con este último aspecto, debemos desarrollar sistemas nacionales de certificación ambiental para toda la producción con el doble propósito de estudiar a fondo el impacto de las actividades sobre el ambiente y, también, para otorgar condiciones propicias para todos los productores, con independencia de su tamaño y su tipo de producción. El rol del Estado en materia de certificaciones es indelegable, por su efecto sobre los precios de la producción y el valor de la tierra.

 

FIDE: Luego de más de 25 años de negociaciones, a fines del año pasado el MERCOSUR y la Unión Europa firmaron un acuerdo para avanzar con un tratado de libre comercio. ¿Qué implicancias va a tener este acuerdo sobre la Argentina y cuál fue su experiencia en la gestión respecto a esta negociación?

CTB: El acuerdo implica una asociación entre dos bloques con grandes asimetrías. El PIB de la Unión Europea es unas 6 veces superior al del MERCOSUR y 25 de los 27 países del bloque europeo tienen índices de desarrollo humano superior a los de los miembros del bloque sudamericano. Para corregir estas asimetrías, el acuerdo solo contempla un plazo mayor de desgravación arancelaria para el MERCOSUR, lo que constituye una herramienta insuficiente. No solo porque el nivel arancelario del bloque europeo ya es mucho menor, sino porque ellos utilizan otras formas de protección de su producción, como el enorme paquete de subsidios al sector agropecuario y, al mismo tiempo, cuotas de importación para los productos que ellos consideran sensibles, entre otras regulaciones paraarancelarias como las ambientales. 

No he tenido la oportunidad de ver los detalles del texto, pero sabemos que la Argentina sufrirá un doble impacto, explicado por la competencia que supondrá para las empresas argentinas, particularmente las PyME, el ingreso de los productos europeos y por la pérdida del mercado brasileño y del resto del MERCOSUR, también a manos de empresas europeas. Los estudios de impacto realizados durante la gestión de Macri, más allá de sus limitaciones, ya indicaban que los sectores más afectados serían los industriales, entre ellos: autos, autopartes, químicos, maquinaria y equipo, alimentos, caucho y plásticos. En paralelo, la Unión Europea logró establecer como condición sine qua non del acuerdo cuotas fijas y sine die, es decir, para siempre, en aquellos productos donde el MERCOSUR es más competitivo, o sea, sobre la producción agropecuaria. Entonces, para que se entienda, y más allá de las brechas de desarrollo entre bloques, el acuerdo implica una apertura mucho más grande para el MERCOSUR que para la Unión Europea.  

Respecto de esta negociación, creo que es importante tomar nota de las condiciones que nosotros encontramos cuando estuvimos a cargo de ella. El punto de partida era malo porque la parte más importante del acuerdo se terminó de negociar a mediados del año 2019, cuando Macri era presidente de la Argentina y Bolsonaro de Brasil. Para llegar a este “pre-acuerdo” —donde, además, por primera vez el MERCOSUR acordó que la entrada en vigor del acuerdo no requería la aprobación parlamentaria de todos los países miembro—, el MERCOSUR había dado el brazo a torcer en muchos de los temas sensibles implicados en la negociación, incluso aumentando la oferta de bienes que se incorporaban al tratado de libre comercio, mientras que la Unión Europea la había reducido.

Este punto de partida suponía un texto del cual era muy difícil moverse. Esa era la posición del resto de los socios del MERCOSUR y, por supuesto, de la Unión Europea, dados los beneficios que habían logrado.

 

FIDE: Dado que el acuerdo no parecía beneficioso, ¿no habría sido mejor retirarse de la mesa de negociaciones?

CTB:  Había tres motivos muy concretos que favorecían la idea de seguir adelante con las negociaciones.

En primer lugar, el resto de los socios quería el acuerdo; entonces, un retiro de la Argentina de la mesa de negociaciones habría implicado un conflicto enorme en el MERCOSUR, de consecuencias muy disruptivas. La reciente firma del acuerdo deja claro el apoyo de los socios, en particular de Brasil, al acuerdo.

En segundo lugar, los impactos negativos del Pacto Verde Europeo sobre las exportaciones de nuestro país iban a producirse con o sin acuerdo y, por lo tanto, la negociación en el marco del acuerdo suponía una oportunidad para mejorar las condiciones de acceso para nuestras exportaciones tradicionales a la Unión Europea (agroindustria, fundamentalmente).

Por último, vistas las transformaciones de las que hemos venido conversando en las cadenas de valor, el acuerdo podría constituir una herramienta para generar una corriente de inversión extranjera directa en el MERCOSUR, en torno a los dos vectores de transformación de la producción global: la transición energética (con un ojo puesto en la electromovilidad, dada el expertise de Brasil y la Argentina en la industria automotriz) y la digitalización. 

Tomando en cuenta este contexto, desarrollamos una estrategia que buscaba preservar al MERCOSUR de las fuerzas centrífugas internas, esperar el resultado de las elecciones en Brasil apostando al triunfo de Lula (cosa que sucedió, por suerte) y, en ese nuevo contexto, estimular en forma conjunta con Brasil, ya con Lula y su equipo de gobierno en funciones, una discusión con la Unión Europea forzando cambios estratégicos que permitieran morigerar el impacto del texto de 2019 e, incluso, generar algunas sinergias positivas entre bloques dado el nuevo contexto internacional. 

 

FIDE: ¿Cómo fue ese trabajo con los socios del MERCOSUR a partir del triunfo de Lula y qué cuestiones estaban en discusión para mejorar el acuerdo?

CTB: Trabajamos mucho y bien con los socios del MERCOSUR, aunque hubo tensiones producto de las distintas posiciones de los países. El trabajo con Brasil fue determinante y permitió hacer propuestas concretas que mejoraban el acuerdo y propiciaron discusiones en torno al tratado como una herramienta de desarrollo para los dos bloques, con generación de inversión, producción y empleo en ambos continentes.

Muy brevemente, porque los temas son muchos, lo-gramos poner sobre la mesa varias cuestiones  que po-dían mejorar sustantivamente el acuerdo, entre ellas: i) la inclusión de un texto adicional sobre nuevas cadenas de valor para estimular las inversiones en el MERCOSUR, donde la creación de empleo era uno de los principales objetivos (incluyendo una sección especial para generar empleo de calidad para mujeres y diversidades, en el marco de las nuevas inversiones); ii) la incorporación de una línea arancelaria específica para los autos híbridos y eléctricos, con un cronograma de desgravaciones arancelarias y un período de gracia más largo, apostando a retener la industria automotriz y de autopartes en nuestros países y aprovechar las ventajes de tener litio; iii) un mecanismo de rebalanceo de las concesiones para prevenir la anulación o menoscabo de lo negociado y un sistema de solución de controversias, muy relevante en el contexto del Pacto Verde; iv) mayor espacio de política, es decir facultades para poder utilizar algunas herramientas como los derechos de exportación, las compras públicas y empresas del Estado en favor del desarrollo nacional; v) fondos de cooperación muy importantes (en monto) para paliar el impacto sobre las PyME por el doble efecto de la competencia con las empresas europeas y los requerimientos en materia ambiental que debían estar asociados al tratado de libre comercio; vi) una calificación para los países del MERCOSUR como regiones de bajo riesgo ambiental, dados los mayores compromisos en esta materia que reclamaba la Unión Europea; vii) el reconocimiento de las certificaciones del MERCOSUR en el comercio entre bloques; y viii) un amplio listado de usuarios previos para que las empresas argentinas que utilicen indicaciones geográficas protegidas por el acuerdo puedan seguir usando esas denominaciones, entre otras tantas cuestiones.

No sé cómo han quedado estos temas que demandaron un esfuerzo técnico con el involucramiento de distintos ministerios y equipos, negociaciones entre nuestros socios y con la Unión Europea. Espero que todo el trabajo que realizamos haya dado frutos y no se haya perdido. Pero el apuro por firmar, las asiduas declaraciones del Gobierno de Milei referidas al libre comercio como una panacea y la falta de una política industrial y tecnológica por parte de la Argentina, no me permiten ser optimista.

 

FIDE: Nos gustaría retomar otro asunto que mencionaste y que refiere a la invitación por parte de la OCDE para que la Argentina y Brasil se sumen como miembros plenos. ¿Qué implica ser miembro pleno de la OCDE?

CTB: El Gobierno de Milei decidió avanzar con el proceso de adhesión como miembro pleno, y esa decisión va a tener impactos negativos sobre el margen de maniobra de la política económica argentina.

Lo primero que quiero decir es que para beneficiarse o aprovechar las buenas prácticas y las discusiones que se generan en los comités de la OCDE no es necesario ser miembro pleno. De hecho, la Argentina participa en diversos comités desde los ‘80. La presión viene de la OCDE con un discurso en torno a los “valores compartidos” que, en todo caso, deberían ser puestos en discusión justamente ahora, en el marco de un gobierno que reniega y repudia la agenda de los derechos humanos, de la pluralidad y la inclusión en materia de género y del cambio climático. Dicho de otro modo, habiendo escuchado las cosas que dice el presidente Milei respecto de estos temas tan importantes, ¿la OCDE debería seguir propiciando el ingreso de nuestro país?

Pero más allá de esta coyuntura, la condicionalidad que implica ser miembro pleno de la OCDE es el reflejo directo de los intereses de las empresas de los países centrales y, por lo tanto, el proceso de adhesión comprende un listado de desregulaciones y cambios normativos que benefician al capital extranjero, le permiten ampliar sus negocios y limitan el margen de maniobra de las políticas para el desarrollo nacional.

La Argentina solicitó entrar a la OCDE en dos oportunidades, durante el gobierno de Menem y con Macri. Por esas cosas de la vida, la OCDE invitó a la Argentina para empezar el proceso para convertirse en miembro pleno en 2022, durante la presidencia de Alberto Fernández. ¿Por qué? Porque luego de años de discusión hubo un acuerdo entre los Estados Unidos y la Unión Europea para invitar a tres países por continente: Brasil, Perú y la Argentina en América Latina, y Croacia, Bulgaria y Rumanía en Europa. Para ser miembro pleno, nuestro país tendrá que desregular completamente la cuenta de capital, hacer cambios varios en las leyes de competencia, gobernanza corporativa y empresas públicas, con indicaciones directas, por ejemplo, sobre la composición de los directorios de las empresas públicas. Además, los países miembros financian a la OCDE y la organización no tiene líneas de financiamiento para los países, son solo agendas de “buenas prácticas”. En resumen, francamente no veo ningún beneficio en ser miembro pleno, aunque, por supuesto, sí veo la conveniencia de seguir participando en aquellos comités en donde se discuten temas de nuestro interés, como hemos venido haciendo hasta aquí.

 

FIDE: ¿Qué hay de la relación con China, un socio comercial muy relevante para la Argentina, aunque con un patrón de comercio sesgado a las commodities? ¿Cómo deberíamos pensar una agenda de relacio-namiento con este coloso?

CTB: Durante la gestión de Santiago Cafiero teníamos identificados cuatro ejes fundamentales de trabajo con China: la relación comercial, el flujo de inversiones para aumentar y diversificar la oferta exportable, el financiamiento para la inversión en infraestructura y, por último, la relación en materia financiera.

En el primer caso, el objetivo era lograr una mayor penetración de los productos que tradicionalmente exportamos al mercado chino. China es el segundo des-tino de las exportaciones argentinas y el primer origen de las importaciones.

En segundo lugar, y dada la diferencia de escala entre las dos economías y la distancia geográfica, es evidente que para poder aumentar las exportaciones y diversificarlas es necesario lograr inversiones productivas que estén alineadas con las características del mercado chino y su volumen.

Tercero, es fundamental reconocer que China ha finan-ciado obras muy importantes, en un mundo donde no es fácil lograr fondeo para infraestructura, sobre todo de gran escala.

Por último, el cuarto eje era el financiamiento y allí aparecen un par de temas interesantes, entre ellos el swap y la utilización de otras monedas para la relación comercial y financiera entre países.

La agenda de relacionamiento con China era francamente positiva y beneficiosa para la Argentina; por eso, ni bien llegamos con Cafiero a la Cancillería impulsamos la firma de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. Y, menos de un año y medio después, avanzamos un paso más firmando el plan de cooperación específico para la implementación de la iniciativa, recogiendo los cuatro ejes que mencionamos previamente y agregando un listado adicional de obras estratégicas con financiamiento chino.

En términos más generales, e incluyendo a China, también avanzamos con la incorporación de la Argentina a los BRICS, una asociación que aglutina a las economías con mayor proyección de crecimiento económico y de población. Los BRICS han puesto en marcha el Nuevo Banco de Desarrollo, que tiene una serie de líneas de financiamiento muy interesantes, focalizadas en la transición energética y en tecnologías con menor impacto en el ambiente. Con Lula en el gobierno y Dilma Rousseff a cargo del Nuevo Banco de Desarrollo, Brasil ha estado utilizando mucho estas líneas, con el BNDES como contraparte y nexo con el mundo de la producción, especialmente las PyME, en Brasil. Se trata de cuestiones muy concretas y positivas para el desarrollo y la ampliación de negocios.

La Argentina podría beneficiarse muchísimo más en la relación con China y con los BRICS, en el marco de un plan de relacionamiento a mediano y largo plazo que permita diversificar la oferta exportable y atraer inversiones productivas con una corriente de recursos acorde a una agenda con esta profundidad. Por supuesto, estas relaciones serán cuestionadas por los Estados Unidos y eso tiene efectos concretos, por ejemplo, en la negociación con el FMI, pero lo importante es poder tener, como también se hizo durante la gestión de Alberto Fernández, un diálogo franco con Estados Unidos respecto del financiamiento para el desarrollo y el mercado para nuestras exportaciones. No hay nada que ocultar, no estamos jugando a la geopolítica, estamos buscando las mejores condiciones —como hacen todos los países soberanos— para poder crecer y desarrollarse.

 

FIDE: Las oportunidades que la Argentina tiene en torno a los recursos naturales estratégicos a través de una política industrial y científico-tecnológica aggiornada al nuevo mapa global ¿son suficientes para que salgamos del largo letargo en el que estamos?

CTB: Bueno, pasando en limpio, la Argentina tiene problemas estructurales de larga data, el PIB per cápita no crece desde 2011, tenemos una estructura productiva con problemas importantes de heterogeneidad, baja productividad, falta de inversión como ya dijimos, una política industrial que va y viene y, también es importante decirlo, a la que le han faltado objetivos claros, me refiero a resultados concretos, en materia de empleo, tecnología, exportaciones y cuidado del ambiente que las empresas deben cumplir a cambio de la protección que reciben. Por último, la protección no puede ser para siempre.

La cuestión es que nuestro espacio político parece tener claro el diagnóstico, pero mucho menos claras las soluciones, las propuestas. Sabemos que la transformación de nuestra estructura productiva es imprescindible para evitar los estrangulamientos externos que conllevan una enorme volatilidad, aumento de la inflación, bajo crecimiento, poca inversión y obviamente, crisis mediante, impactos negativos sobre el empleo y los salarios. Pero, consensuado el diagnóstico, viene siendo muy difícil acordar un plan, una estrategia, que debe ser no solo económica sino política, para ir solucionando estos problemas…

Una estrategia de relacionamiento identificando los encadenamientos productivos en los que podríamos jugar un rol y una política soberana en materia de recursos naturales son cuestiones de primer orden para poder avanzar. Creo que es posible recrear una nueva oportunidad; las condiciones internacionales no son fáciles, pero hay algunos elementos que hemos estado tratando de identificar que son favorables para nuestro país, en la medida que aprovechen y potencien nuestras capacidades industriales y científico-tecnológicas, con el aporte de los sindicatos, con la creatividad, con la cultura, con las y los jóvenes y, por supuesto, utilizando los recursos estratégicos que tenemos y la transición energética y la digitalización como vectores de desarrollo.

Las proyecciones del Ministerio de Desarrollo Productivo de nuestro Gobierno indicaban que, en el año 2030, que es acá nomás, acá nomás, a la vuelta de la esquina, las exportaciones argentinas iban a crecer el 80% respecto al máximo de 2022 (que fue de 100 mil millones de dólares sumando bienes y servicios) con una política industrial y científico tecnológica razonable. Este salto en las ex-portaciones estaba explicado por las ventas de energía, minería y manufacturas de origen industrial asociadas a estos sectores. Entonces existe una posibilidad de dar un salto en términos de la cantidad de exportaciones y que eso nos ayude a relajar una parte del estrangulamiento externo.

Pero me gustaría terminar diciendo que el asunto no es tecnocrático, digamos, solamente económico o principalmente económico. Por supuesto que en esa materia tenemos mucho por pensar y hacer, pero un plan de desarrollo es o se construye en torno al diálogo social y a la comprensión mutua; es un producto político, no técnico. Vuelvo al inicio de esta charla. Este nivel de violencia, este nivel de incertidumbre, de desasosiego terrible con el que te levantás a la mañana y probablemente te vas a dormir a la noche, no puede ser un punto de partida de nada bueno. Las internas a cielo abierto donde las discusiones son absolutamente opacas e inentendibles para los que no participan directamente en ellas son un problema para poder empezar con esta construcción, esta dinámica de acercamiento y discusión que necesitamos.

Las fuerzas políticas tenemos que poder pensar, repensar, recrear los lugares para juntarnos con respeto, en primer lugar, entre nosotras y nosotros mismos. Si no podemos lograr eso, es muy difícil sumar voluntades para el arduo trabajo que requiere la tarea política de generar una idea de futuro común.

Fide

Fundación de Investigaciones
para el Desarrollo

Seguinos en

Facebook

Domicilio

  • San Martin 674 - 1° Piso - Of. A
  • CP C1004AAN
  • Ciudad Autónoma de Buenos Aires
  • República Argentina
  • 4313 - 9494
  • Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.